121 días de lucha SPICER

Poder Obrero

La lucha de los trabajadores de Spicer

Paco Ignacio Taibo II

 

INTRODUCCIÓN

Cuando este folleto que tenía por misión ser un instrumento más en la lucha de Spicer se encontraba en imprenta, las autoridades del Trabajo impusieron una “solución a nuestro conflicto”. Nos encontrábamos en el 27 día de huelga de hambre y llevaba nuestro conflicto 119 días.

Cercados por la presión económica y el agotamiento físico, nos encontramos ante la disyuntiva de la represión o la retirada.

En la última semana, habíamos sostenido firmemente la toma de la Secretaría del Trabajo, nuestras mujeres e hijos se habían mantenido en el interior de ésta, haciendo manifestaciones los chavos, presionando incesantemente las mujeres.

Los compañeros de Mexicana hablan realizado una manifestación de apoyo en Atzcapotzalco, el Spaunam había vuelto a parar la Universidad, se habían celebrado dos mítines en el campamento, que habían culminado con marchas a la Secretaría del Trabajo. El segundo, coordinado por la Tendencia Democrática del Suterm, en el que habían asistido secciones de provincia.

En Chihuahua, la jornada de solidaridad con nuestra lucha, había sido un éxito: en los mítines habían participado secciones del Minero Metalúrgico que no se someten a la tutela de Napoleón.

En Europa, la televisión de algunos países había denunciado el “caso Spicer”.

Había sido una semana más de lucha continua y agotadora.

En esas condiciones, la Secretada del Trabajo nos puso ante el ultimátum: O aceptar las condiciones, o represión (claro, no fueron estas las palabras usadas, fueron más elegantes).

¿Qué se nos ofrecía?

A cambio de la desaparición de nuestro Sindicato Independiente en Spicer, reinstalaban a 485 compañeros, se les daba aproximadamente el 45%’ de salarios caídos, se les otorgaban 100 plantas a los eventuales, se les reintegraba a su turno y puesto. Se liquidaban con el 100% y el 100% de salarios caídos a 127 compañeros. Las plantas que dejaban libres también pasaban a nuestros compañeros que reingresaban Se retiraban las demandas penales que existían contra buena parte de nuestro comité y asesores.

No nos tentó el dinero. Pero cuando la asamblea general se preguntó: ¿ Podemos sumar más fuerzas independientes en esta lucha, suficientes para derrotar al bloque de la patronal, al Con­greso del Trabajo y al Estado? ¿Podemos seguir resistiendo la huelga de hambre? ¿Podemos seguir a pesar del desgaste de la gran mayoría de la base?

La asamblea resolvió que no.

Para ese momento habían pasado 121 días de combate, la huelga de hambre había resistido 29 días.

A pesar de que no hemos logrado el objetivo por el que se anunció nuestro conflicto, no hemos sido derrotados, O más bien, dentro de la derrota hay una gran victoria.

Los despedidos, saben que el camino de una lucha más larga se abre. Cumpliremos unos y otros con nuestros compromisos.

La última asamblea del Sindicato Nacional del Hierro, Sección Spicer no fue una asamblea de derrotados.

Fue una asamblea de luchadores que habían sido batidos en una batalla, que se preparaban para seguir la guerra.

En pie; los 612 que quedábamos, cantamos “No nos moverán” y “venceremos, Las lágrimas corrieron por nuestros ojos. La emoción nos trabó la garganta. El último grito, casi el aullido dé la última asamblea fue:

¡Viva la clase trabajadora!

Y 612 compañeros, con el puño en alto, puestos de pie, agotados, quebrados por la emoción, gritamos: ¡Viva!

BANDERAS DE HUELGA

La cosa explotó el treinta de junio. En la madrugada, cuando llegamos a trabajar, ya estaban puestas ‘las banderas de huelga. Desde lejos se veían, Pocos sabían cuándo iba a empezar la huelga, sólo el comité y los de más confianza…

Nos teníamos que andar con cuidado pa’que la empresa no se adelantara despidiendo más gente y metiendo esquiroles. Nunca faltan los perros de oreja que quieren quedar bien con los patrones. Pero, eso sí, todos estábamos listos nomás esperando que estallara la huelga pa’entrarle.

El comité, los asesores y algunos compañeros de otras secciones del Sindicato del Hierro habían estado toda la noche encerrados después de que se decidió la huelga, para evitar que se colara la información; y al amanecer se lanzaron a la fábrica. Salvador llegó con un megáfono y gritaba: ¡HUELGA! ¡HUELGA! La raza llevaba muchos días esperando y por fin llegaron los camiones que suben a La Presa, y la gente cuando se bajaba decía: ¿YA? ¿YA ESTALLO? Todos estábamos alegres… el miedo vino después…

Apenas vimos el rojo y negro se corrió la voz, como una chispa en la pólvora. Al rato ya estábamos ahí todos bien puestos haciendo guardia, demostrándole a la empresa que estábamos unidos, decididos a todo. Y ahí nos quedamos hasta la mañana del día siguiente, por si intentaban romperla.

Los capataces se espantaron. El perro de Sosa, el capataz mayor, decía: “No les va a durar ni un día. Ahorita regreso con cien mineros y se va a la chingada su huelga”. Pero se tragó sus palabras.

Ya sabíamos que en cualquier momento podían meter esquiroles o traer a la montada pa’desalojarnos. Por eso nos fuimos todos a las puertas y nos quedamos las 24 horas, pa’que lo pensaran dos veces antes de aventarse. Ya teníamos nuestra conciencia. No en balde llevamos seis años en la pelea. Conocemos bien todas sus artimañas.

Las empezaron a utilizar allá por el ‘69…

LA COSA VIENE DE LARGO

Las empezaron a utilizar allá por el 69. En aquel entonces empezó un movimiento para pedir cambio de delegados. No nos representaban. Nunca nos consultaban ni hacían asambleas. Los obligamos a hacer una, pero los ánimos se caldearon y se suspendió porque el secretario abandonó la asamblea. A los pocos días empezaron los despidos.

La bronca había empezado nomás contra los charros. Pero la empresa se metió a defenderlos. Primero despidió a los que más habían sobresalido. Pero la cosa no paraba. Se seguía distribuyendo un periódico con el que nos manteníamos comunicados todos. El periódico decía “tortuguismo” y nosotros disminuíamos la producción; decía “boicot” y nosotros perdíamos piezas claves.

La empresa se volvió loca. Nos revisaba al entrar y al salir, pero nunca nos encontró nada. Nos llegó a vigilar hasta en los baños. Sólo pudo pararlo despidiendo más compas. Hasta 25 o 30 fueron despedidos en los tres meses que duró ese movimiento. Estuvo fuerte la cosa.

Aquella vez supimos con quién están las autoridades. La policía intervino, entró hasta las máquinas y sacó a los despedidos a punta de pistola. Por ahí dicen que fueron identificados por una fotografía que les tomaron en Conciliación cuando fueron a una audiencia…

Y que el fotógrafo se ganó 4,500 pesos el muy jijo.

En esa ocasión los patrones y los charros nos dieron en la torre, pero tuvieron que descubrir sus cartas. Ora ya se las conocemos y estamos preparados pa’ contestarles como se merecen. A ver ora de a cómo nos toca.

En el 72 hubo otro movimiento. Los delegados seguían sin hacer asambleas, arreglándoselas siempre a puerta cerrada con la empresa. Algunos compañeros protestaron y se empezaron a mover, pero andaban muy aislados y casi no se atrajeron el apoyo de los demás. Todavía nos ,acordábamos de lo que sucedió en el 69. Acabó igual: despidieron a 10.

Pero no estaban bien organizados, por eso no despertaron la confianza de la gente. Eso también nos sirvió de experiencia: si no jalábamos todos parejo no íbamos a poder doblar a la empresa.

Ahorita estamos todos unidos y nadie se raja, pero la cosa no fue tan fácil. Algunos compañeros ya llevan año y medio metidos en esto, moviéndole por debajo del agua, hablando con todos nosotros, dándonos conciencia, animándonos y organizándose.

Al principio no les respondíamos, o lo hacíamos por poco tiempo, pero ya ven, ahorita estamos todos al pie del cañón y no hay diferencias: todos unidos, con nuestra conciencia y decididos a no echarnos pa’tras.

Sí, ahorita la cosa se ve muy bonita: las puertas llenas de compañeros haciendo guardia y discutiendo los problemas nuestros y de otras fábricas; un montón de mantas de apoyo; declaraciones de sindicatos; visitas de colonos y estudiantes que nos traen cooperación. Pero pregúntenle a don José cómo se veía en marzo del año pasado, cuando esto se empezó a formar.

Fue a raíz de que los patrones quisieron meter un cuarto turno. Eso ya era demasiado. Aparte de lo que producimos sin que lo paguen, aparte de todas sus ganancias, querían ahorrarse las horas extras. Y traernos de un turno pa’otro, haciéndonos venir hasta los domingos. Algunas gentes protestaron. La empresa la agarró contra don José y lo despidieron.

Pero él no se dejó. No quería dinero, sino su reinstalación.

Se quiso defender, asesorado por un licenciado del Independiente, pero la empresa fue intransigente.

Entonces sí que la cosa empezó en serio. Don José nos esperaba a la salida de la fábrica para hablarnos, y nos reuníamos para discutir los problemas y ver cómo resolverlos.

Así se fue formando el primer grupo. Organizaban asambleas allá por Martín Carrera, donde se discutía el problema de los eventuales, lo del contrato colectivo y cómo organizarnos para ganarle la titularidad a la FAO Estas asambleas duraron casi cuatro meses, hasta que alguien le dio el soplo a la empresa. Entonces nos fuimos al parque 18 de Marzo, pero ya éramos menos. La segunda vez fuimos como diez.

Teníamos que reunir la firma de la mayoría para ganar el contrato. Nos la ingeniábamos como fuera para poder hablar con los compañeros fuera de la fábrica y convencerlos de que se unieran al Independiente. Sobre todo aprovechábamos los deportes.

Luego continuamos las asambleas en un local que nos prestaron los de Vidrio Plano. Desde entonces fue mucha la solidaridad que tuvimos de otros trabajadores. Ya cuando tuvimos las firmas de la mayoría, metimos la demanda a la Secretaría del Trabajo, y el 23 de febrero hicimos la primera asamblea general en Martín Carrera. Nos juntamos como 250 compañeros allá. Fue chingón.

Después de 7 años ya no sabíamos ni qué era una asamblea. Discutimos los asuntos que realmente nos interesan y conocimos los problemas de los demás compañeros. Cualquiera podía pedir la palabra y hablar claro. Pero al final nos llegó la policía y agarraron a don José, dizque por agitador. Hasta lo quisieron golpear. Pero no le pudieron demostrar nada y lo soltaron.

Desde entonces aumentó mucho la participación Las autoridades nos llamaron a una primera audiencia en la que nos pidió pruebas. Empezamos a reunimos en asambleas por departamento, allá en Vidrio Plano y nombramos delegados. Ya empezábamos a sentir que la cosa tomaba cuerpo y que íbamos ganando fuerza.

Luego las autoridades nos quisieron jugar chueco. Primero nos llamaron a una audiencia en vacaciones. De todas formas ahí nos fuimos con pancartas como 150 compañeros. Exigiendo que se hiciera el recuento.

Pero la empresa utilizó una y mil artimañas jurídicas y logró que antes del recuento se hiciera una inspección para ver si las firmas de afiliación a nuestro Sindicato Independiente eran reales. ¡Vaya farsa! Así, aunque saliera la mayoría a nuestro favor, la inspección no servía como recuento… Además lo podían haber hecho en un día y tardaron varios meses sin terminarlo…

Nos mandaron una inspectora bien tranza Pasaba entre 5 o 6 por día y daba la casualidad que casi todos eran los de la FAO.

Y cuando pasaba alguno de nosotros para confundirlo le pre­guntaba: “A qué sindicato pertenecías?”

La demandamos y la tuvieron que sustituir. El que mandaron en. su lugar se portó más decente, pero se atravesaron las vacaciones de mayo y todavía no es la hora que se para por aquí. La empresa no lo quería.

Así las cosas, la bronca pasó a otro terreno. Viéndola perdida con la FAO, la empresa empezó a contratar mineros. La mayoría de ellos no sabían qué pasaba, muchos ni sabían leer, pero eso sí, se ponían a repartir volantes. Les pagaban $100.00 diario, con el ofrecimiento de no descontarles impuestos. Pero les “pedían” que nos convencieran de pasamos a su lado; si no, los corrían.

Los mineros eran esquiroles ya probados, capataces. charros chicos y perros de otras fábricas del Sindicato Minero Metalúrgico de Napoleón Gómez Sada. Habían llegado por acuerdo del Congreso del Trabajo para que el minero le entrara a revivir el cadáver charro de la FAO.

Nosotros contestamos anulando a los mineros. Hablamos con ellos y a algunos los convencimos: aquí están con nosotros. Otros siguieron tercos. Entonces les rompíamos los volantes, hacíamos bola alrededor de ellos y les metíamos miedo.

La empresa prefirió llevárselos al 3er. turno. Pero no sabían manejar las máquinas, así que también se llevó a los de nosotros que estaban en las máquinas clave.

Con ellos si se portaron muy descarados. Cuando llegaban a trabajar el viernes en la noche, que les tocaba doble turno para no ir el sábado, el ingeniero les decía que se fueran al Bar del Coleadero”. Ahí estaban esperándolos los meros meros del minero. Les invitaban a tomar cervezas y hasta les llevaban su sobre allá con la paga completa. Después de 3 o 4 semanas les. sacaban el padrón del minero para que lo firmaran.

Casi todos los campañeros siguieron firmes en el Independiente y los mandaron a volar, a pesar de que los amenazaron con que llevaban 3 faltas al trabajo y los podían despedir. Lo que sí ya les hicieron fue descontarles los días que faltaron, aunque había sido el ingeniero el que les había dicho que fueran allá.

Eso del “coleadero” duró como dos meses y medio. La empresa como que empezó a ver que la bronca era en serio y que todo le salía contraproducente, porque cambió de táctica. Para meternos miedo y acostumbrarnos a la sumisión, metió a unos halcones en lugar de la policía industrial que siempre hubo. Al entrar y al salir el turno nos esculcaban los bolsillos, la camisa, los calcetines, hasta en los calzones nos buscaban Nosotros teníamos siempre el cuidado de revisar nuestra ropa por si algún supervisor o minero nos había dejado un regalito. Pero de todas formas lo que parece que les importaba más era sometemos a su poder porque ni modo que nos lleváramos un calabazo en los calcetines.

Hasta que los del 2º. turno nos organizamos y les hicimos frente, no dejándolos que nos esculcaran. Hasta corrimos a su jefe. Al día siguiente trajeron a unas personas para observar quien era el que nos organizaba y acusarlo de agitador pero salimos tranquilitos y no pudieron agarrar a nadie.

Como todo el tiempo discutíamos entre todos lo que pasaba, siempre teníamos claro qué era lo que había que hacer. Pero además nos lanzábamos a la ofensiva con movilizaciones Empezamos con dos mítines dentro de la fábrica pidiendo pláticas con la empresa. La primera vez se negó, pero la segunda aceptó a una comisión.

Sólo para amenazarnos: “están violando la ley interior del trabajo”, nos gritó.

Las leyes que nos obligan a trabajar son las únicas que conocen esos señores.

Y las únicas que hacen respetar las autoridades.

Decidimos entonces hacer los mítines fuera de la fábrica. Eso nos sirvió además para hacerlos más grandes, porque así nos juntábamos dos turnos. Y luego nos juntamos todos en una marcha que hicimos desde Vidrio Plano hasta la colonia de aquí enfrente.

Pero la empresa seguía intransigente y las autoridades seguían sin decidirse a hacer el recuento de ley. Andaban con el rabo entre las patas.

Fue entonces que el domingo 29 de junio el comité llamo a los compas de mayor confianza y se encerraron para organizar la huelga.

Para sorprenderlos nos habíamos reunido ya varias veces. Nunca supieron cuál era la buena.

Y al día siguiente, al amanecer, cuando llegamos a la fábrica, las puertas ya se veían cubiertas con las banderas rojinegras. Ya había estallado la fiesta.

LA HUELGA

De repente nos dimos cuenta de que teníamos una huelga entre las manos. Ahí estábamos, 500 o más de nosotros sin saber qué hacer.

Y comenzó la organización: Las primeras guardias. Se hicieron guardias de 12 horas, dos turnos al día repartidos en tres puertas. Sirvió para que pudiéramos mantener grupos fuertes permanentemente ante la fábrica y que a diario asistiéramos todos.

Luego las comisiones: Solidaridad, a buscar el apoyo, una de información y prensa. Los encargados de cada puerta. Los cajeros, la distribución de la comida, la preparación de las brigadas que salían a buscar colectas, los que se fueron en comisión de información a provincia, los encargados de conseguir cartón y lonas.

Al rato aquello era un hervidero de trabajo y comenzaron a llegar las primeras mantas de apoyo que eran colgadas en las rejas: Alumex, Vidrio Plano, La Presa, Martín Carrera, Vidriera, Tosa, SUTERM tendencia democrática, Tesorería, Intersindical, Tecnomaya, Colonia Ajusco…

Y salió el primer desplegado:

“Estamos en una huelga libre exigiendo: Reconocimiento de la titularidad del Contrato para nuestro sindicato Independiente.”

Y fuimos a nuestra primera manifestación. Organizada por la Tendencia Democrática del SUTERM en el D.F., el Sindicato Independiente de Trailmobile y los grupos sindicales de lucha de Xalostoc. Allí se escucharon nuestros gritos por primera vez: SPICER… SPICER… SPICER…! Pueblo, escucha, SPICER en la lucha! !“

Fueron días muy duros. Ya ven que nos tuvimos que lanzar así nomás, a lo loco, como quien dice. No teníamos caja de resistencia, sólo algo que habíamos podido ahorrar en lo personal, pero muy poco. No esperábamos que fuera a durar tanto.

Un error grave que se cometió fue no habernos preparado para una lucha larga. Nos confiamos mucho en el rumor que se corría de: “esto no dura una semana, no pueden aguantar”. Era parte de una visión exclusivamente económica de la lucha. La empresa lógicamente no podía aguantar una semana en huelga después del tortuguismo que se le había hecho desde un mes antes. Pero no fue la lógica económica, sino la lógica de un enfrentamiento político entre dos clases: obreros y patrones, la que dirigió toda la huelga. La empresa estaba dispuesta a perder millones, y los perdió.

Este error nos costó caro, fue una de las fuentes de desgaste más grande que padecimos. Hizo necesario un gran trabajo de pláticas en las puertas para que todos, hiciéramos una reflexión sobre lo que estaba pasando, y nos preparáramos para una lucha larga que podría terminar en represión.

Así surgió la teoría de la resistencia, que fue la que permitió resistir 38 días de huelga, la que fue haciendo de nosotros combatientes de una lucha larga y no de un combate de una semana.

La resistencia se pensó, se creyó y se preparó. Con frecuencia nos poníamos a imaginar quiénes vendrían a reprimirnos, por dónde llegarían, cuántos serían, nos enfrentaríamos o saldríamos corriendo. Si eran cien, les dábamos en la madre, si venían 500 armados, correríamos como venados. ¿Correr pa’donde? Para La ‘Presa.

La Presa estaba dispuesta a recibirnos. La Presa estaba dispuesta a rajarse la madre junto con nosotros. Los cuetones estaban listos; si se venia la represión tronaríamos cuetes y La Presa se dejaría venir, o bien, subiríamos corriendo al cine Guevara, y ahí empezaríamos a organizar el brigadeo. Las resorteras también estaban listas.

Para ello, hablamos con cientos de colonos, volanteamos, hicimos festivales gigantes y mítines La gente de La Presa rápido supo que éramos parte de la misma cosa; SPICER empezó a ser parte de la vida de La Presa. Teníamos pensando empezar a luchar por La Presa: agua, drenaje, basureros, escuelas… No tuvimos tiempo. Estamos en deuda con ellos.

Al principio pensamos que la empresa no iba a resistir mucho. Las automotrices se quedaron rápido sin ejes. Hasta empezaron a salir noticias en el periódico y la radio. Imagínense; las automotrices teniendo que disminuir y hasta parar la producción por falta de una pieza que sólo nosotros producimos. Los teníamos bien agarrados.

Pero el gobierno entonces abrió las fronteras para que pudieran importar ejes. A nosotros no nos extrañó mucho, pero desde hace mucho sabemos que las autoridades están con los patrones. Con esa medida, lo que hicieron fue permitir que la empresa resistiera más tiempo.

No les sirvió del todo, porque los ejes extranjeros no se adaptan bien a las necesidades de aquí, y les costaba más adaptarlas.

Pero a las automotrices no pareció importarles mucho. Además la transnacional decidió pagar la diferencia en el costo El resultado fue que todos los patrones, los de SPICER, los de las cámaras y los de las automotrices, se unieron en contra nuestra y se hicieron mucho más fuertes.

Pero de nuestro lado la cosa también se estaba poniendo bien. Formarnos comisiones que fueran a informar de nuestro problema y a pedir apoyo a muchos lugares, aquí mismo en la capital y a provincia. La gente respondió a todo dar. De todos lados nos llegaron cartas de solidaridad y apoyo económico. De Campeche, Puebla, Tlaxcala, Guanajuato, de muchos lados. Hasta de Centroamérica y Europa.

Fue una respuesta muy a todo dar, porque no solamente nos mandaban cartas y dinero los dirigentes, sino que la misma gente, los trabajadores, los colonos y los estudiantes, se venían aquí a platicar con nosotros y a demostrarnos su apoyo. Algunos hasta se pasaban aquí la noche haciendo guardia, y entonces discutíamos los problemas de todos.

Suena muy bonito eso de la solidaridad. Pero la solidaridad no se levantó del aire. Fue producto de un trabajo duro, de hormigas. Sólo Vidrio Plano, Martín Carrera y Mexicana respondieron a la solidaridad rápido, y eso porque había información constante entre los grupos. Lo demás tuvo que hacerse poco a poco. Informando incansablemente. Convenciendo a los dirigentes de los Sindicatos independientes, hablándole a las bases. En algunos sindicatos bajo control charro, o bajo control de traidores dizque independientes como Ortega Arenas tuvimos que brincamos a las direcciones y llegar a la base.

La solidaridad no sólo se construyó pidiendo. Se construyó dando, yendo a ayudar en la medida de nuestras posibilidades. A pesar de estar en lucha hicimos tantos actos de apoyo como pudimos. Y ahí fue donde se construyó la solidaridad con SPICER, en nuestra solidaridad con los que luchaban.

Ningún movimiento sindical a pesar de estar en conflicto ha estado en tantos actos de apoyo a otras luchas como el de

SPICER.

Fuimos a todas las manifestaciones de apoyo a los electricistas que pudimos, acompañamos a los de Mexicana a lo largo de toda su lucha. Participamos en decenas de mítines de colonias. Acompaliamos a los de Shatterproof en el estallido de su huelga. La comida que nos sobró a veces la llevamos a huelgas chicas más necesitadas que nosotros como la de Alteza o la de Bujías MultiArc, y así. Si algo lamentamos es no haber podido ayudar más. No fue por falta de ganas.

La solidaridad más importante en aquella época fue la de los compañeros de Mexicana de Envases, la sección hermana del Sindicato del Hierro. Llegaron a venir hasta 20 compañeros todas las noches a hacer guardias con nosotros. Los sindicatos independientes y algunas colonias, sobre todo Martín Carrera y La Presa, fueron quienes nos sostuvieron aquellos 38 días.

Fue un apoyo muy parejo. Se notaba hasta en los camiones, cuando nos subíamos a botear. Todos cooperaban. En la Universidad hacían pintas y colectas especiales todos los jueves, día que fue declarado día de SPICER. Los colonos de aquí enfrente, de La Presa, se metieron de lleno en la huelga: además de todo el apoyo económico y moral que nos dieron, estaban dispuestos a jugársela con nosotros. Nos dijeron: “Si les mandan a la policía, ustedes nomás manden a alguien a tocar las campanas de la iglesia y allí nos bajamos todos a apoyarlos.”

Ahí fue que las autoridades se tuvieron que agachar. Ya estaban contra los obreros de muchas fábricas y de muchos países, apoyados por colonos y estudiantes. La cosa ya estaba pareja, aunque les doliera. No se atrevieron a declarar inexistente la huelga y decidieron darle largas al asunto, esperando que nos desinfláramos.

Así fue como paramos el primer ataque en serio de la empresa. Desde entonces las cosas las vimos distintas. Tuvimos más conciencia de quiénes eran nuestros enemigos, y quiénes los amigos. Desde entonces nos propusimos preparamos para cuando entráramos a trabajar. La bronca era demasiado dura para ganarla toda en una sola huelga. Empezamos a discutir y a organizamos para pelear desde dentro, para responder desde las máquinas e imponer de hecho el Poder Obrero y el Sindicato Independiente. Todos los días hicimos asambleas por departamento y por puerta y teníamos pláticas.

EL CORAZON Y LA COLUMNA VERTEBRAL

DE LA HUELGA

En las guardias de 12 horas que hacíamos divididos en dos turnos construimos la organización real de nuestro sindicato: las pláticas sobre el Poder Obrero fueron creando su motor y dirección; la organización departamental se convirtió en la transmisión, los ejes y el diferencial.

Para mí, el Poder Obrero es la lucha directa para destruir eI poder de los patrones, para vencer su fuerza y destruir su organización; la lucha directa para ganarles la dirección de la producción y hacerles pedazos sus ideas, su seguridad, su orgullo y sus órdenes, e imponer a cambio nuestra fuerza, nuestra organización, nuestra dirección, nuestras ideas. Así entiendo el Poder Obrero, así lo entendimos todos en las pláticas, y así lo llevaremos allá dentro.

Además, las pláticas fueron sacando a la luz ideas que teníamos desde hace tiempo en la cabeza sobre ¿quiénes son los patrones? ¿quién la clase obrera?, ¿qué es el gobierno?, ¿qué es la explotación?, ¿cuál es la historia de las luchas obreras?

La plática que se dio en todas las puertas sobre el poder obrero fue sencilla: explicaba los mecanismos mediante los cuales los patrones dirigen la fábrica y el mundo, y como estos mecanismos podían ser rotos. Ante los patrones que dirigen la producción: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que marca los ritmos de producción y los turnos: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que establece quienes son los que dan las órdenes y que éstas deben ser siempre obedecidas: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que decide quién tiene trabajo y quien no, cuánto se cobra y cuánto no: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que nos desune, nos felicita o nos regaña, nos asciende o nos castiga: Poder Obrero.

Ante la ideología patronal: Poder Obrero.

Ante la mentalidad patronal de esto es bueno, esto es malo: Poder Obrero.

También organizamos festivales los domingos.

Algunos dicen que los festivales ayudan; nosotros no estábamos del todo convencidos, pero la verdad es que sí ayudaron… En 100 días de lucha escuchamos miles de canciones revolucionarias, algunas medio pesadas, otras buena onda; vimos hartos teatreros y hasta un mago solidario con la huelga: “Aquí tenemos a los charros, soplamos dos veces, y… ¿qué pasa?… soplamos tres veces, soplamos cuatro y ¡ chingó a su madre el charro !”. El mago acompaño a la huelga en sus momentos difíciles y en los mejores también.

Y qué decir del conjunto Hawai: “Nosotros nos solidarizamos con la huelga, por eso nos vestimos de rojo y negro. Y ahora, para todos los caballeros y damas que los acompañan: ¡Mazatlán!

De la huelga salieron animadores y compositores, seis corridos y un bolero; un compa es capaz de sostener él solo un festival en La Presa frente a 300 gentes durante 4 horas. Hasta exagerábamos a veces. Una vez tuvimos a la Conga Obrera de puerta en puerta, hasta seis horas, porque en todos lados los hacíamos repetir.

Aumentó mucho la unión entre todos nosotros y la participación, a pesar de los rumores y chismes que metían los perros de oreja, porque todos podíamos hablar claro delante de todos y los problemas se discutían de frente.

Lo hacíamos en “las departamentales”. Primero creíamos que eran algo así como reuniones nomás pa’ variarle. En las puertas más organizadas no fue difícil armarlas, porque sólo tenían dos o tres departamentos revueltos. La puerta uno, famosa por su eterno desmadre, a la que iban y venían comisiones, visitantes, con 20 departamentos ahí revueltos, juegos de dominó eternos, cantantes, magos, teatreros, grillos turistas, cineastas fantasmas, policías… en esa puerta fue un desmadre armar la departamental, pero se consiguió.

Ya luego entendimos de qué se trataba: organizarnos de la

misma forma en que estábamos divididos a la hora de estar trabajando, por departamento de producción. Los de engranes con engranes, los de mantenimiento con mantenimiento, los de ensambles con ensambles, y así hasta los 28 grupos en donde todos se conocieran a todos, donde se pudiera discutir mis a fondo que en la asamblea y de donde salieran proposiciones a la asamblea general.

Ahí podíamos discutir problemas personales como criticar a los derrotistas, a los desmoralizados… y también a los huevones, ¿cómo no? También en esas asambleas departamentales se podía controlar el trabajo diario y repartirlo, cosas que son necesarias hacerlas, pero que en la asamblea se armaría un relajo quererlas resolver.

También en las departamentales podíamos discutir con mis cuidado problemas más serios, como ¿ qué es un sindicato revolucionario?, ¿qué es el charrismo?, ¿por qué nuestro sindicato es diferente?

Y ahí preparamos la resistencia en el interior de la fábrica, formamos comisiones de Control Obrero sobre la dirección, las finanzas y los errores de la huelga y un chingo de cosas que salían de todos, porque a nadie le daba pena decir esta boca es mía, Nos enseñamos a adueñamos de las decisiones.

A todos se nos informaba completamente de cómo iban las finanzas y las pláticas con las autoridades y discutíamos que había que hacer en cada momento, pero al mismo tiempo dábamos ideas de cómo evitar que los supervisores nos dominaran cuando entráramos a trabajar para hacernos producir más o dividirnos,

La empresa, mientras tanto, se dedicó a su viejo juego de utilizar a los del minero’ para querer asustarnos o comprarnos. Los mandaron por acá, a veces hasta armados, y nos agarraban cuando andábamos solos, Entonces nos recitaban las canciones que les habían enseñado los charros para crearnos desconfianza o darnos miedo. Algunos llegaron a provocarnos, pero siempre los dejábamos igual que a los charros: hablando solos.

Contraatacamos al Minero haciendo marchas en la noche frente a su local. Una vez los colonos los amenazaron tumbarle su letreros a pedradas. Al día siguiente lo quitaron.

También emplearon otra táctica al mismo tiempo: enviaban cartas o mensajeros a nuestras casas, a las esposas o las mamás de nosotros, acusándonos de no sé qué mentiras y haciendo amenazas.

LAS MUJERES

Nuestras esposas y mamás reaccionaron al revés de como ellos pensaron. Le entraron con más ganas al movimiento.

Desde el principio nos apoyaron mucho. Hasta se organizaron entre ellas y trabajaron duro. Formaron brigadas que organizaron la ayuda de los de La Presa, Martin Carrera, San Agustín, Providencia, Ticomán, Zacatenco, Consiguieron varias entrevistas para presionar a Muñoz Ledo, Zertuche, Hernández, López Mestre… y si no las querían recibir, le entraban por la fuerza.

“A mí no me dejaba participar mi marido. Decía: «Esto es cosa de hombres», el muy macho. No fue sino hasta las primeras acciones que realizamos, que comprendió que era una lucha de todos. Lo que nunca nos dejaron hacer era las guardias. En todo momento nos tuvimos que ganar a pulso el derecho a participar en nuestro lugar en la lucha de SPICER,

La verdad es que jugaron un papel decisivo. Se convirtieron en la columna fundamental de apoyo y aliento para todos nosotros.

Muchos grupos políticos de izquierda se acercaron a nuestra lucha. Lamentamos decir que de la mayoría no guardamos buenos recuerdos. Llegaron a ver qué sacaban, a criticar desde las sombras, a dividir, O llegaron a ver los toros desde la barrera. Pocos llegaron a servir y a sumarse, Muchas veces les dijimos que si querían criticar lo hicieran en la asamblea, En la mayoría de los casos no se aparecieron. Otras veces, las menos, lo hicieron, pero sólo para insultar. Para explicarnos que nuestros dirigentes eran “reformistas”, “oportunistas”, “economicistas” y quién sabe cuántas chingaderas más, Siempre les respondimos lo mismo: “Si no les gusta la lucha de la clase obrera y no están dispuestos a compartirla: a la chingada”. Las sectas se negaban a reconocer que la lucha obrera, así como suena, éramos nosotros, y ellos los espectadores, los mirones.

La lucha no siempre iba para arriba. Muchas veces prendió el cansancio entre nosotros. Y no era el cansancio de uno o dos, era el cansancio de todos. De repente una puerta entera estaba “agüitada”, nadie quería hacer nada, no había los voluntarios que siempre se presentaron para las comisiones. Hasta para traer los frijoles o cortar leña nos hacíamos de rogar. Coincidía con que dos o tres de nosotros fallábamos a las guardias y nos íbamos de «pedos». Esto se dio muchas veces, durante la huelga. Siempre coincidía con los momentos en los que después de haber dado un gran empujón (una manifestación, un mitin, un gran apoyo solidario), no teníamos clara idea de cómo seguir la lucha.

Contra el desgaste usamos dos recursos: sentarnos a discutir qué seguía, echamos imaginación, planeamos nuevas acciones, o nos lanzábamos en campañas de autoagitación. Una noche los de la puerta tres, discutimos qué era eso del desgaste, del cansancio, y decidimos hacer una manifestación hasta la puerta uno para decirle a los compañeros que estábamos firmes.

La manifestación, de unos cincuenta compañeros, se fue gritando todo el camino, en descampados, en una vía del tren solitaria, en una carretera vacía. Ahí tronamos la garganta para oírnos solos. Pero qué sabroso, carajo. Nuestro nuevo grito fue “Ante el desgaste: ¡Poder Obrero!”

Los de la puerta dos contestaron con otra manifestación. Nos pasamos la noche de manifestación en manifestación. Pueden decir que estamos locos, pero nos sentíamos mucho mejor; y de pasada espantamos a los del Minero al pasar frente a su local y agitamos un poco a los terceros turnos de las fábricas de al lado y a los transnochadores de la colonia La Presa.

El desgaste puede ser derrotado, si es analizado. El cansancio está en las cabezas y en la baja conciencia, Los espías de la empresa estaban desconcertados. Por eso no nos podían vencer, porque no nos podían entender.

Lo único que logró la empresa con todas sus marrullerías fue darnos más coraje para la lucha y traernos más apoyo. Cada día ponía más al descubierto su porquería. Además todo el tiempo que dedicó a tratar de bajamos los ánimos y compramos, como si fuéramos igual que ellos, nos sirvió para unimos más y organizarnos mejor para cuando entráramos a trabajar.

Sí, ya para cuando llevábamos casi un mes de huelga todos sabíamos perfectamente como responder a las agresiones y provocaciones de la empresa a la hora de estar trabajando, y estábamos seguros que iban a ser respuestas parejas de todos los compañeros. Ya nadie iba a estar solo allá dentro.

Por estas fechas la empresa quiso dar el golpe decisivo a nuestro movimiento. Los charros de la FAO ya estaban derrotados desde antes de la huelga. Para inclinar la balanza a su favor a la empresa sólo le quedaba atraerse a unos charros más pesados. Entonces hizo que la FAO le pasara el Contrato Colectivo a los del Sindicato Minero. Hasta sacaron grandes desplegados en los pe­riódicos anunciando el “traspaso”

Pero ni así pudieron. El 5 de agosto les contestamos con una marcha a la que asistieron 7,000 compañeros pero 7,000 compañeros que asistieron por sus propias pistolas, sabiendo lo que querían y apoyándonos auténticamente. Dos días después, a la empresa no le quedó otra que sentarse a firmar el convenio y concedernos lo principal.

SE LEVANTA LA HUELGA

Así, la presión a las autoridades le fue llegando a la empresa, que además estaba agarrada económicamente. Por eso le impusimos que se sentara a dialogar. Y se logró el esquema de un convenio. ¿ Nos equivocamos al levantar la huelga? ¿ Quién sabe? En aquel momento, la posibilidad de la represión se veía cerca. Con la huelga declarada inexistente las autoridades se lavaban las manos del conflicto y la empresa podía presionar a las autoridades del Estado de México para que nos echaran a la policía.

Por otro lado, el entrar a trabajar ponía la lucha en los términos que a nosotros nos convenían. Permitía que recibiéramos algún dinero, y nos lanzáramos a probar, ante las agresiones que sabríamos vendrían de la empresa, el poder obrero que habíamos estado ensayando en las reuniones departamentales. Por eso se aceptó el convenio. Porque nos parecía que era un buen punto de partida para seguir en la lucha por el sindicato independiente.

El convenio no era tan bueno como quisiéramos, pero detenía una represión que cada día veíamos más cerca y garantizaba algunos de los puntos de lucha que más nos habían preocupado: que la inspección se hiciera de inmediato, que no entraran nuevos trabajadores a laborar, la reinstalación de los despedidos, el 25% de salarios caídos, el reconocimiento en las negociaciones de nuestro comité, así como un compromiso de no represalias y prolongación de contratos individuales por 4 y 6 meses más. Si cumplen el convenio, con lo que hemos ganado en la lucha, con todo lo que hemos aprendido y con lo organizados que nos encontramos, podremos derrotar a la empresa en el interior de la fábrica.”

Pero no nos hacemos ilusiones. “Estamos conscientes que los papeles firmados sólo se respetan si son hechos valer por medio de la fuerza organizada de los trabajadores.”

A las 8 de la mañana del viernes, cuando íbamos a levantar la huelga, llegaron las autoridades, pero también los mineros: cientos de esquiroles que se pusieron a cien metros de la puerta principal. Cuando los vimos, y nos dimos cuenta que éramos muy pocos, ya que confiados con el convenio muchos se habían ido a dormir o a cambiar, nos negamos a entregar la fábrica. La discusión empezó a subir de tono… todos andábamos inquietos… llegó la policía, pero también fueron llegando los nuestros, Parecía película de vaqueros: rodeados por los ladrones, sin municiones, con el agua al cuello, Pero de pronto, de 300 que éramos, en dos horas nos juntamos como 2,000. Llegaron marchando, coreando consignas, con sus mantas al frente: Martín Carrera, estudiantes de Ciencias, Economía y Ciencias Políticas, sindicato de Trailmobile, Vidrio Plano, trabajadores de Xalostoc, San Pedro de los Pinos, Mexicana de Envases, colonos de San Agustín, nuestras esposas e hijos, los vecinos de Ticomán y de La Presa, todos viejos aliados que con sus puros gritos hicieron retroceder a los perros y esquiroles. Un triunfo más. Los charros se fueron y entonces sí entregamos la fábrica.

Fue la fiesta. Tiraron cuetes al aire, se corearon las consignas de la lucha: ¡Ante las tranzas de los charros, Poder Obrero! ¡Ante las autoridades corruptas, Poder Obrero! ¡ Ante la explotación patronal, Poder Obrero!

A mí me agarraron por un lado y por otro para tomamos fotos. Cada departamento se fotografiaba, todos con el puño en alto.

LA SEMANA DEL PODER OBRERO

Se entró a trabajar con la clara conciencia que íbamos a la guerra. Los pocos de nosotros que no lo entendían así, y que guardaban esperanzas en el convenio pronto la realidad les dio de cachetadas.

Dos ejércitos entraban a la fábrica el viernes, uno, el patronal entraba dispuesto a pasarse por debajo de los huevos el convenio. Sus fuerzas: capataces, supervisores (salvo honrosas excepciones), ingenieros, y perros (FAO) y charros (mineros); con la ayuda más o menos disimulada de las autoridades, que se supone deberían hacer la inspección en un día o dos y fijar fecha de recuento.

Nosotros éramos 750, fogueados por la huelga; con ideas claras de lo que teníamos enfrente y una buena conciencia, táctica y organización.

El plan de la empresa consistía en meter esquiroles poco a poco para que los fuéramos entrenando, posponer la inspección al infinito e imponer su poder sobre nosotros a través de la presión, las amenazas, los gritos, las órdenes, el tenor…

El viernes trataron de meter esquiroles y los sacamos donde los descubríamos. Metieron 5 en un carro y hubo un paro general hasta que salieron corriendo de la planta. La producción no se normalizaba ni se normalizaría mientras siguieran agrediendo.

Tuvimos que organizar la resistencia con una velocidad enorme Los primeros choques fueron en el segundo turno. En el departamento de calabazos se trató de imponer a Rangel que entrenara a un esquirol. Este se negó. El supervisor que no reconocía a nuestros delegados no quiso hablar con ellos y entonces el departamento detuvo la producción. Corrió la voz por la planta. Llegó un ingeniero, la raza se le hizo bola y el ingeniero retrocedió. Tuvieron que llevarse al esquirol.

Las autoridades inspeccionaban 6 o 7 por día y los capataces y supervisores recorrían la línea amenazando. Entonces chocaron dentro de nosotros dos posiciones que se hicieron muy claras en las asambleas de turno del martes: la mayoría sostenía que además de los paros generales de turno, dirigidos por el Comité de Lucha, cada departamento tenía autonomía para dirigir sus propias acciones contra las agresiones de la empresa. Así se decidió, y por eso la guerra que se desató en la planta era una guerra constante, sin frentes de batalla, que estallaba y se detenía inesperadamente, volviendo loca a la empresa, que sentía como su poder se caía en pedazos y cada vez era menos dueña de la planta.

Los charros del minero se presentaban todos los días a las entradas y las salidas de los turnos y presionaban con su actitud. La policía hacía también acto de presencia.

La primera provocación se armó en la mañana en el departamento de ensamble; un esquirol le rompió un pómulo a Lucas con un fierro. Todo ensamble paró y se lanzó sobre el agresor que huyó corriendo, fue perseguido por toda la planta hasta que se escapó. El paro de ensamble se prolongó hasta garantizar que la empresa despedía al minero.

En el segundo turno continuaron las agresiones y las respuestas. Un compañero acusado de tortuguismo en flechas fue reportado y se respondió con el paro. Además se impuso que la negociación fuera a través de nuestros delegados. En otros departamentos nos negamos a recibir los reportes. Los ritmos de producción y la forma de realizar las operaciones las decidíamos nosotros. De turno a turno se corría la voz para igualar la producción.

Mantuvimos sobre los esquiroles y los capataces una guerra ideológica permanente. Ley del hielo, desobediencia, respuesta firme. A veces todos nos quedábamos mirando a uno hasta que no sabía donde meterse, quería que se lo tragara el suelo.

Los grandes cacas de la fábrica adoptaron dos posiciones: o sonrientes y zalameros o déspotas y agresivos, pero las dos actitudes nos resbalaban. Sabíamos quienes eran, y sus pinches gestos sólo nos servían para ver el calibre moral de estos perros de presa del capitalismo. Sosa era de los segundos y así le fue. El departamento de relaciones industriales había sido centro permanente de represión y venganza antiobrera. Así le fue a Sosa.

Uno de aquellos días estaba gritándole a la raza y volteó para ver en el buzón de “sugerencias” una pinta; “Sosa, chinga a tu madre”.

Los baños estaban llenos de pintas y poco a poco éstas se fueron extendiendo a los talleres. La empresa nunca pudo durante aquellos 10 días controlar las paredes y cada vez que pegaba un comunicado éste era despegado o manchado con aceite.

La empresa despidió a Lucas con el pretexto de que había provocado la pelea y el martes adoptamos el método de meterlo a fuerzas. “Reinstalación a huevo” se llamó la operación. En la mañana lo metimos dentro de la bola y los vigilantes que intentaron despedirlo fueron barridos por la ola. Lo pusimos en su máquina y durante tres días lo hicimos. Como no lo quisieron reinstalar, cambiamos de táctica.

En otros departamentos comenzó la guerra psicológica. A los perros se les ladraba todo el día: “gua gua” y cantábamos una de las canciones del movimiento: “No nos moverán”.

El martes, a la salida del primer turno y entrada del segundo, los mineros, cerca de 150, se acercaron a provocar y tratar de entrar a trabajar. Los del segundo turno se colocaron tras las rejas y comenzó un mitin: “No pasan, no pasan”. “Fuera charros del minero” “Obreros sí, charros no”. Nos negamos a entrar a trabajar hasta que se retiraron los charros. Entre nosotros y los mineros quedaron 6 compañeros de los asesores del Sindicato Nacional del Hierro. Bien pegados a la reja porque si los trataban de agredir los charros, los metíamos a la fábrica. Llegó la policía y se desplegó. Patrullas y montados, policías con escopetas. Uno de los asesores se acercó a un policía y le preguntó: , Quién dirige la operación?” —Aquí, todos— contestó el policía. Ah carajo, que policías tan democráticos. Aquello olía muy feo. Menos mal que los del primer turno se dieron cuenta y empezaron a salir en bola.

Al ver que éramos muchos, los mineros se retiraron y el primer turno salió a su asamblea en marcha.

El miércoles, el departamento de ensamble comenzó a realizar paros exigiendo la reinstalación de Lucas. Media hora trabajaban y luego paro. Todo el primer turno se sumó a los paros. Se hicieron tres paros generales de 15 minutos.

En los primeros paros de ensamble se gritaba: “Lucas, escucha, tus cuates en la lucha” y se oía el grito por toda la planta. La primera vez que Lucas lo oyó, lloró de la emoción.

Cruces iba caminando por el patio cuando tocó la hora de paro. Miró su reloj y ahí se detuvo. A su lado se detuvo un montacargas con otro compañero, y ahí se quedaron platicando mientras duraban los quince minutos. Ahí llegó el supervisor a echarles la bronca, pero lo tiraron de a loco hasta que el paro acabó. Luego le dijeron: “Ahora sí, ¿dígame?” ¿Van a seguir haciendo paros?, gritó el supervisor. “Algunos”, contestó el compañero.

En el departamento de Salustiano el supervisor invitó a los perros a tomar café y el departamento paró la producción porque estaba prohibido tomar café según el reglamento interno. “O todos o ninguno” dijeron a coro, y le quitaron la cafetera al supervisor… Y se lo bebieron.

Después de los primeros días, empezamos a romper los reportes que nos entregaban los supervisores. Otra medida que se tomó en algunos departamentos fue pedir que cuando reportaban a uno, reportaran a todos. Esto unido a que se acosaba a las autoridades laborales para que desarrollara rápidamente la inspección. Al principio tener ahí a los inspectores de la Secretaria del Trabajo nos frenaba, luego, cuando vimos la calaña de esos cabrones, ya no nos frenaba nada. Cada vez que se paraba se asomaban desde los ventanales de las oficinas a ver qué estábamos haciendo.

Lo primero que se quebró fue el miedo. Actuábamos como un solo hombre, coordinados, sentíamos detrás de nosotros todo el peso de la fábrica y todo el poder. Luego perdimos el respeto a las estructuras de poder patronal. Una vez un gerente de producción se metió en medio de un paro a tratar de romperlo y hasta patadas le dimos, tuvo que volver a subir las escaleras guardando la figura.

Nos burlamos de ellos como nunca: “Están haciendo un paro, eso es ilegal.” ¿Cuál?, respondíamos. Simplemente ustedes no están cumpliendo el convenio y nosotros no estamos a gusto.

El miércoles, la asamblea del segundo turno salió en marcha desde el local del cine Guevara en La Presa y llegó cantando hasta las puertas de la fábrica. Cuando los vigilantes esperaban que nos paráramos para checar tarjetas y entrar, seguimos en marcha hasta el interior de la empresa. Llegamos hasta donde estaban los inspectores que habían trabajado un chingo ese día (habían inspeccionado a ocho compañeros en 8 horas) y los presionamos con un mitin.

A partir de ese momento, las marchas se sucedieron en el interior de la fábrica, manifestaciones de 10 a l00 compañeros a cada rato. Cada grupo que terminaba su trabajo salía hacia el comedor en manifestación, se regresaba de comer en manifestación, Y todas ellas coreando consignas.

El segundo turno hizo tres paros el miércoles para imponer que se hiciera más rápido la inspección. Cada uno de esos paros de quince minutos fue acompañado de gritos y cantos. Era tan contagioso, que la mayoría de los esquiroles comenzaban a jalar con nosotros en los paros.

La estructura patronal estaba destruida, Muchos supervisores querían renunciar (presentaron sus renuncias como 15), los gerentes de producción ya no bajaban a las líneas. Mestre, el gerente general, una vez que se asomó y le chiflaron, ya nunca volvió a aparecer. Eramos los verdaderos dueños de 1a empresa.

La presión los obligó a que aceleraran la inspección y el jueves inspeccionaron a 80. Ese día suspendimos los paros generales y sólo sostuvimos el tortuguismo para obligar a la empresa a que no obstaculizara la inspección con artimañas como había venido haciendo. Jueves y viernes fueron días de tortuguismo solamente. La producción bajó al 10%. Eramos como un reloj que caminaba al revés, y no había capataz que pudiera enderezarlo.

El viernes rematarnos la semana del poder obrero con una presión tremenda al tomar la oficina de nóminas, Lo hicimos por que en nuestros sobres de raya venía descontada la cuota sindical para ser entregada al Minero, y porque además había un descuento por una defunción fantasma como antes acostumbraban los charros. Los tres pinches pesos no nos importaban, lo que nos importaba era que si se nos descontaban se le dieran a nuestro Sindicato y no a los charros. El mitin volvió locos a los de nóminas, pero la empresa resistió. Firmamos sobres bajo protesta, muchos ni los firmamos de recibido. Quizá lo más importante es que obligamos a la empresa a que le pagara a Lucas su semana. Todos los días que lo habíamos metido a huevo se los pagaron. Ahí si doblaron las manitas.

Durante toda esa semana mantuvimos lazos con los grupos que nos habían apoyado en nuestra lucha. Participamos en dos visitas masivas a Mexicana de Envases, donde la empresa había tratado de sacar la maquinaria, un mitin frente a otra fábrica del charro Cerón, y una marcha de apoyo con los de Martín Carrera, que pedían: “Abajo las rentas, que se acaben los basureros en sus colonias.”

La organización era sencilla: Un comité de lucha, delegados departamentales que se reunían por turnos, asambleas de turnos, asamblea general, asambleas departamentales. Ibamos combinando todas estas reuniones para tratar los problemas de diferente nivel que nos afectaban. Así, se dirigía la lucha, o más bien que se dirigía, se marcaban los rumbos que la raza pedía, se analizaban las situaciones, se preparaban algunas de las acciones, pero sobre todo, se marcaban ideas que adentro se aplicaban según las necesidades. Por ejemplo, teníamos la consigna general de asamblea de impedir la entrada de esquiroles. En las departamentales se acordó parar a los que se metieran y sacarlos. En las de turno, hacer acciones conjuntas si la empresa no los sacaba.

Para el sábado, todos los restos del poder patronal habían quedado quebrados en SPICER. Seguíamos fabricando ejes porque las máquinas no servían para otra cosa, pero si nos lo hubiéramos propuesto, hubiéramos hecho triciclos para nuestros chavos o tractores para los compañeros campesinos.. El poder obrero había triunfado. El poder patronal estaba tronado, Los supervisores y el gerente se fueron a llorar a sus casas.

EL TODO POR EL TODO

La empresa no pudo soportar el fracaso de su plan y quedarse sin su poder dentro de la fábrica. Violó nuevamente los acuerdos respaldada por las autoridades. El lunes 18, al llegar a trabajar, nos estaban esperando: afuera, la policía; adentro unos gorilas dizque trabajadores de SPICER que nunca habíamos visto por ahí; y en la puerta Sosa con una lista en donde aparecían los nombres de 150 compañeros a los que se les impedía entrar.

Entonces todos nos negamos a trabajar y nos fuimos formados de 4 en 4 al cine Guevara, halla en La Presa, para discutir qué hacíamos. Decidimos irnos a la Secretaria del Trabajo donde estuvimos todo el día.

Luego nos instalamos en el Poli, donde quedamos acampados hasta el 29 de septiembre. Teníamos que volver a organizar todo el apoyo popular que tuvimos durante la huelga para lanzarnos nuevamente a la ofensiva.

En Zacatenco pasamos más de 40 días. Sin embargo, no pudimos conmover gran cosa a un estudiantado apático y frío. No en balde parece que ahí se están formando los nuevos capataces de muchas fábricas. Es feo decirlo, pero muchas mañanas al acabar nuestras asambleas, hicimos marchas por Zacatenco, y lo más que logramos es un poco de apoyo económico y que se sumaran un escaso centenar de estudiantes a nuestra lucha. Zacatenco fue una etapa difícil de la lucha de Spicer. Pero le echamos ganas. Nos sentíamos desnudos sin nuestra fábrica, sin nuestro poder obrero, sin la colonia La Presa al lado. Aún así cada vez que salíamos de marcha por el Poli nuestros alaridos se oían un kilómetro a la redonda.

La primera movilización que organizamos fue una marcha que salió de Zacatenco. Ahí el gobierno se volvió a descarar como aliado de los patrones. Desde la mañana la policía empezó a agarrar compañeros y no los soltó hasta que terminó la marcha.

Además, la marcha fue reprimida. Primero no nos dejaban hacerla. Por fin nos dejaron salir, pero enviándonos por lugares poco poblados y por llanos. Hasta cortaron la luz, para acabarla de amolar. Y cuando íbamos llegando a la fábrica Luxus, ya de plano nos impidieron seguir.

Todos nos desmoralizamos un poco, pero la mayoría siguió al pie del cañón, tratando de encontrar nuevas formas de continuar la lucha. Sólo 10 cuates se rindieron y regresaron a trabajar. Les faltó carácter.

Fue una gran marcha a pesar de todo, mucho mayor que la que habíamos hecho en Ticomán, en Tacuba o en Indios Verdes; mucho más combativa, y además, nuevos grupos obreros y populares se sumaban al movimiento. Para nosotros era importante porque volvíamos a recuperar la solidaridad que después de la huelga se había debilitado enormemente por falta de información.

Mientras estuvimos en Zacatenco sacamos seis millones de volantes gracias a los electricistas, y a las brigadas que los distribuían en los camiones todos los días.

El 10 de septiembre citamos a una nueva manifestación que saldría de la Secretaría del Trabajo. De nuevo el gobierno 1a impidió, pero ahora con más fuerza y en forma bien salvaje; envió docenas de patrullas que circulaban con las sirenas prendidas, carros de bomberos, granaderos y motocicletas que eran lanzadas contra nosotros muchas veces y a grandes velocidades. La última vez seguidas por un camión de esos de pasajeros. De todas formas ahí nos quedamos haciendo un mitin.

Si la represión quisiera detener a la dirección del conflicto de Spicer, necesitaría meter al bote a unos cien compañeros.

La dirección de la lucha de Spicer siempre fue colectiva, y nunca fue de nombre o de nombramientos. Los dirigentes ganaron un lugar en las diferentes etapas de la lucha.

Mientras se organizó la huelga la dirección era el Comité seccional y los asesores unas doce gentes, que se ampliaba con los delegados departamentales más activos.

Durante la huelga fue el Comité de huelga (unos 20 compañeros) elegidos entre los más combativos, muchos de los que habían sido dirigentes en la primera etapa dejaron de serlo en la segunda por desgaste.

En la semana del poder obrero la dirección la constituyeron los delegados departamentales (unos 40 compañeros).

En el campamento de Zacatenco nuevos delegados departamentales probados por la lucha ocuparon lugares de dirección.

Y ahora, durante la huelga de hambre nuevos compañeros han llegado a la dirección. Siempre ha sido una dirección compuesta de: Trabajadores de Spicer (enorme mayoría), asesores jurídicos, compañeros del Comité Nacional del Sindicato del Hierro.

Pero esta dirección pudo funcionar, ser útil, porque estaba firmemente clavada en la base. Porque ejecutaba acuerdos de asamblea general, porque consultaba siempre, porque promovía discusiones de puerta o asambleas departamentales. Porque en la gran mayoría de los casos sometía a referéndum sus proposiciones fundamentales.

Si algunas veces se tomaron decisiones antidemocráticamente fueron las menos. En la mayoría de los casos, la democracia directa funcionó. Por eso hemos podido estar más de 100 días en pie.

El lunes 29 de septiembre hicimos una asamblea en un local que nos prestaron los trabajadores de El Anfora. Ahí decidimos cambiar nuestro campamento al 5o. piso de la Secretaría del Trabajo para hacer más presión. Y allá nos fuimos.

En la noche del día que nos instalamos allá, el Secretario dijo que le diéramos 48 horas de plazo para enterarse bien del problema, que porque era nuevo en el puesto.

Otra vez la misma canción: darle largas al problema para hacer que nos ablandemos. Tuvieron el descaro de decirnos que las soluciones no se logran por la fuerza y que nos fuéramos a otro lado, que porque si no otros trabajadores iban a seguir nuestro ejemplo.

El martes iniciamos otra forma de presión: La huelga de hambre. El Secretario se asustó y hasta se comprometió a resolver en 48 horas el conflicto. Como es natural, no cumplió su palabra. Cuando se cumplió el plazo tres de nuestras esposas se unieron a la huelga de hambre.

La decisión del estallido de la huelga de hambre fue una medida casi desesperada. Se tomó después de una kermes que hicieron los de Martín Carrera para apoyarnos. No veíamos ya formas de aumentar la presión, la solidaridad estaba disminuyendo. Nuevamente entre nosotros había cansancio, agotamiento. Necesitábamos una acción que volviera a empujar la lucha de Spicer. Nos han criticado mucho la medida. Nosotros decimos: ¿nos quedaba de otra? Nos gusta tan poco como a ustedes, pero ¿nos quedaba de otra? Sabemos que le estamos dando el placer a la empresa de ver cómo 30 de nuestros mejores compañeros y compañeras desfallecen. Le hacemos fácil a un capitalismo que ha estado matando de hambre a nuestro pueblo durante años, la muerte de un grupo de nosotros… Pero ¿nos quedaba de otra? Fue una medida desesperada y dio resultado. Nuevamente nos pusimos de pie, nuevamente comenzó a caminar la solidaridad. Nuevamente ‘se levantó nuestra lucha… Ahora, no dejaremos morir a nuestros compañeros. Y si alguno cae, tiemblen, cabrones.

Desde que se fueron a huelga de. hambre, el apoyo y la participación ha aumentado mucho de nuevo. En la Universidad se han vuelto a organizar actos que además que nos ofrecen un apoyo económico fuerte, sirven mucho para presionar a las autoridades y extender nuestro movimiento para que muchos trabajadores y gentes del pueblo tengan conciencia de cómo están las cosas.

Se han hecho mítines en la empresa (volvimos nuevamente!) donde los charros corrieron, en las oficinas de la empresa, en el quinto piso de la Secretaria que ya parecía nuestra segunda casa (no por los dueños, que nunca nos invitaron, sino porque a cada rato llegábamos y nos acomodábamos). Y luego los mítines en El Anfora a los que acudieron organizaciones sindicales a damos apoyo.

La ayuda más potente dada a nuestra huelga de hambre, ha sido el paro de dos horas realizado por los sindicatos de trabajadores y maestros de la U.N.A.M. que junto con los estudiantes paralizaron la Universidad a todo lo largo de la ciudad. Un paro que fue acompañado por 142 mítines que reunieron a todos los paristas y en cada uno de los cuales hablaron nuestros compañeros.

El mismo día que se fueron a huelga de hambre las señoras, participamos en una manifestación para protestar por los crímenes en España y dar nuestro apoyo a los trabajadores españoles, que llevan una lucha igual a la nuestra.

Los que la organizaron ya se estaban echando para atrás cuando estábamos todos reunidos. Pero nosotros ya sabemos que perro que ladra no muerde, y empezamos la marcha. Entonces se nos unieron los demás.

A nosotros nos importaba mucho esa marcha para manifestar que las luchas de todos los trabajadores es una sola. Cuando empezamos nuestra huelga estábamos solos. Pero poco a poco se fueron viendo claro quiénes eran amigos y quiénes enemigos, hasta que se convirtió en una lucha de todos los trabajadores contra los mismos enemigos: los patrones.

El lunes 20 de octubre, cuando 55 llevaban 21 días de huelga de hambre, las mujeres tomaron el 5º piso de la Secretaría del Trabajo y se realizó un mitin en el campamento al que asistieron 3 mil compañeros. Cerca de 40 organizaciones sindicales y populares dieron su solidaridad, que terminó con una marcha hasta la Secretaría que tomó por sorpresa a la policía y que no pudieron impedir. Ese mismo día en varios países europeos y en Canadá se realizaron actos de apoyo a nuestra lucha, y en provincia hubo varios mítines de apoyo.

El martes 21 se celebra una nueva asamblea y se han citado un nuevo paro en la Universidad para el día 22, una marcha en Azcapotzalco para el 23 y un mitin en el campamento el 24.

El fin de esta etapa de nuestra lucha se acerca. Para el mitin del viernes 24, nuestros compañeros de la huelga de hambre llevarán 25 días de huelga y la lucha de Spicer desde que se inició la huelga llevará 117 días de lucha continua. No estamos tratando de implantar ningún récord, nadie nos escogió en México para que jugáramos ese papel, no somos los mejores ni los primeros, otros han luchado más y más fuerte que nosotros, pero hemos estado a la altura del compromiso que nos echamos.

Si el pueblo es capaz de seguirnos apoyando y nosotros de resistir la presión económica y el cansancio, probablemente logremos doblar a Spicer, una compañía transnacional que se ha convertido en la más fiel y perruna defensora del capitalismo mexicano. Si no soportamos el desgaste producto de una lucha tan larga y a la debilidad de las fuerzas independientes de nuestro pueblo que no da para más, probablemente tendremos que aceptar una victoria a medias. Quizás la salida esta larga lucha sea la represión. Sea lo que sea, sepan que Spicer no es el final de nada. Es el principio. Al menos para los que vivimos Dondequiera que terminemos En Spicer, con nuestro sindicato Independiente, fuera de Spicer, trabajando en otras fábricas, en la cárcel o despedidos inscritos en las listas negras de la patronal sepan que nos hemos echado un compromiso encima: crear uno, dos, tres, cientos de Spicer, abrir el camino de la independencia y libertad de la clase trabajadora. Empezar a cavar la fosa del capitalismo mexicano. Ese es nuestro compromiso

México D. F., a 2l de octubre del 75

Ante los charros, los patrones y las autoridades:

¡PODER OBRERO! Paco Ignacio Taibo II

 

Poder Obrero

La lucha de los trabajadores de Spicer

Paco Ignacio Taibo II

 

INTRODUCCIÓN

Cuando este folleto que tenía por misión ser un instrumento más en la lucha de Spicer se encontraba en imprenta, las autoridades del Trabajo impusieron una “solución a nuestro conflicto”. Nos encontrábamos en el 27 día de huelga de hambre y llevaba nuestro conflicto 119 días.

Cercados por la presión económica y el agotamiento físico, nos encontramos ante la disyuntiva de la represión o la retirada.

En la última semana, habíamos sostenido firmemente la toma de la Secretaría del Trabajo, nuestras mujeres e hijos se habían mantenido en el interior de ésta, haciendo manifestaciones los chavos, presionando incesantemente las mujeres.

Los compañeros de Mexicana hablan realizado una manifestación de apoyo en Atzcapotzalco, el Spaunam había vuelto a parar la Universidad, se habían celebrado dos mítines en el campamento, que habían culminado con marchas a la Secretaría del Trabajo. El segundo, coordinado por la Tendencia Democrática del Suterm, en el que habían asistido secciones de provincia.

En Chihuahua, la jornada de solidaridad con nuestra lucha, había sido un éxito: en los mítines habían participado secciones del Minero Metalúrgico que no se someten a la tutela de Napoleón.

En Europa, la televisión de algunos países había denunciado el “caso Spicer”.

Había sido una semana más de lucha continua y agotadora.

En esas condiciones, la Secretada del Trabajo nos puso ante el ultimátum: O aceptar las condiciones, o represión (claro, no fueron estas las palabras usadas, fueron más elegantes).

¿Qué se nos ofrecía?

A cambio de la desaparición de nuestro Sindicato Independiente en Spicer, reinstalaban a 485 compañeros, se les daba aproximadamente el 45%’ de salarios caídos, se les otorgaban 100 plantas a los eventuales, se les reintegraba a su turno y puesto. Se liquidaban con el 100% y el 100% de salarios caídos a 127 compañeros. Las plantas que dejaban libres también pasaban a nuestros compañeros que reingresaban Se retiraban las demandas penales que existían contra buena parte de nuestro comité y asesores.

No nos tentó el dinero. Pero cuando la asamblea general se preguntó: ¿ Podemos sumar más fuerzas independientes en esta lucha, suficientes para derrotar al bloque de la patronal, al Con­greso del Trabajo y al Estado? ¿Podemos seguir resistiendo la huelga de hambre? ¿Podemos seguir a pesar del desgaste de la gran mayoría de la base?

La asamblea resolvió que no.

Para ese momento habían pasado 121 días de combate, la huelga de hambre había resistido 29 días.

A pesar de que no hemos logrado el objetivo por el que se anunció nuestro conflicto, no hemos sido derrotados, O más bien, dentro de la derrota hay una gran victoria.

Los despedidos, saben que el camino de una lucha más larga se abre. Cumpliremos unos y otros con nuestros compromisos.

La última asamblea del Sindicato Nacional del Hierro, Sección Spicer no fue una asamblea de derrotados.

Fue una asamblea de luchadores que habían sido batidos en una batalla, que se preparaban para seguir la guerra.

En pie; los 612 que quedábamos, cantamos “No nos moverán” y “venceremos, Las lágrimas corrieron por nuestros ojos. La emoción nos trabó la garganta. El último grito, casi el aullido dé la última asamblea fue:

¡Viva la clase trabajadora!

Y 612 compañeros, con el puño en alto, puestos de pie, agotados, quebrados por la emoción, gritamos: ¡Viva!

BANDERAS DE HUELGA

La cosa explotó el treinta de junio. En la madrugada, cuando llegamos a trabajar, ya estaban puestas ‘las banderas de huelga. Desde lejos se veían, Pocos sabían cuándo iba a empezar la huelga, sólo el comité y los de más confianza…

Nos teníamos que andar con cuidado pa’que la empresa no se adelantara despidiendo más gente y metiendo esquiroles. Nunca faltan los perros de oreja que quieren quedar bien con los patrones. Pero, eso sí, todos estábamos listos nomás esperando que estallara la huelga pa’entrarle.

El comité, los asesores y algunos compañeros de otras secciones del Sindicato del Hierro habían estado toda la noche encerrados después de que se decidió la huelga, para evitar que se colara la información; y al amanecer se lanzaron a la fábrica. Salvador llegó con un megáfono y gritaba: ¡HUELGA! ¡HUELGA! La raza llevaba muchos días esperando y por fin llegaron los camiones que suben a La Presa, y la gente cuando se bajaba decía: ¿YA? ¿YA ESTALLO? Todos estábamos alegres… el miedo vino después…

Apenas vimos el rojo y negro se corrió la voz, como una chispa en la pólvora. Al rato ya estábamos ahí todos bien puestos haciendo guardia, demostrándole a la empresa que estábamos unidos, decididos a todo. Y ahí nos quedamos hasta la mañana del día siguiente, por si intentaban romperla.

Los capataces se espantaron. El perro de Sosa, el capataz mayor, decía: “No les va a durar ni un día. Ahorita regreso con cien mineros y se va a la chingada su huelga”. Pero se tragó sus palabras.

Ya sabíamos que en cualquier momento podían meter esquiroles o traer a la montada pa’desalojarnos. Por eso nos fuimos todos a las puertas y nos quedamos las 24 horas, pa’que lo pensaran dos veces antes de aventarse. Ya teníamos nuestra conciencia. No en balde llevamos seis años en la pelea. Conocemos bien todas sus artimañas.

Las empezaron a utilizar allá por el ‘69…

LA COSA VIENE DE LARGO

Las empezaron a utilizar allá por el 69. En aquel entonces empezó un movimiento para pedir cambio de delegados. No nos representaban. Nunca nos consultaban ni hacían asambleas. Los obligamos a hacer una, pero los ánimos se caldearon y se suspendió porque el secretario abandonó la asamblea. A los pocos días empezaron los despidos.

La bronca había empezado nomás contra los charros. Pero la empresa se metió a defenderlos. Primero despidió a los que más habían sobresalido. Pero la cosa no paraba. Se seguía distribuyendo un periódico con el que nos manteníamos comunicados todos. El periódico decía “tortuguismo” y nosotros disminuíamos la producción; decía “boicot” y nosotros perdíamos piezas claves.

La empresa se volvió loca. Nos revisaba al entrar y al salir, pero nunca nos encontró nada. Nos llegó a vigilar hasta en los baños. Sólo pudo pararlo despidiendo más compas. Hasta 25 o 30 fueron despedidos en los tres meses que duró ese movimiento. Estuvo fuerte la cosa.

Aquella vez supimos con quién están las autoridades. La policía intervino, entró hasta las máquinas y sacó a los despedidos a punta de pistola. Por ahí dicen que fueron identificados por una fotografía que les tomaron en Conciliación cuando fueron a una audiencia…

Y que el fotógrafo se ganó 4,500 pesos el muy jijo.

En esa ocasión los patrones y los charros nos dieron en la torre, pero tuvieron que descubrir sus cartas. Ora ya se las conocemos y estamos preparados pa’ contestarles como se merecen. A ver ora de a cómo nos toca.

En el 72 hubo otro movimiento. Los delegados seguían sin hacer asambleas, arreglándoselas siempre a puerta cerrada con la empresa. Algunos compañeros protestaron y se empezaron a mover, pero andaban muy aislados y casi no se atrajeron el apoyo de los demás. Todavía nos ,acordábamos de lo que sucedió en el 69. Acabó igual: despidieron a 10.

Pero no estaban bien organizados, por eso no despertaron la confianza de la gente. Eso también nos sirvió de experiencia: si no jalábamos todos parejo no íbamos a poder doblar a la empresa.

Ahorita estamos todos unidos y nadie se raja, pero la cosa no fue tan fácil. Algunos compañeros ya llevan año y medio metidos en esto, moviéndole por debajo del agua, hablando con todos nosotros, dándonos conciencia, animándonos y organizándose.

Al principio no les respondíamos, o lo hacíamos por poco tiempo, pero ya ven, ahorita estamos todos al pie del cañón y no hay diferencias: todos unidos, con nuestra conciencia y decididos a no echarnos pa’tras.

Sí, ahorita la cosa se ve muy bonita: las puertas llenas de compañeros haciendo guardia y discutiendo los problemas nuestros y de otras fábricas; un montón de mantas de apoyo; declaraciones de sindicatos; visitas de colonos y estudiantes que nos traen cooperación. Pero pregúntenle a don José cómo se veía en marzo del año pasado, cuando esto se empezó a formar.

Fue a raíz de que los patrones quisieron meter un cuarto turno. Eso ya era demasiado. Aparte de lo que producimos sin que lo paguen, aparte de todas sus ganancias, querían ahorrarse las horas extras. Y traernos de un turno pa’otro, haciéndonos venir hasta los domingos. Algunas gentes protestaron. La empresa la agarró contra don José y lo despidieron.

Pero él no se dejó. No quería dinero, sino su reinstalación.

Se quiso defender, asesorado por un licenciado del Independiente, pero la empresa fue intransigente.

Entonces sí que la cosa empezó en serio. Don José nos esperaba a la salida de la fábrica para hablarnos, y nos reuníamos para discutir los problemas y ver cómo resolverlos.

Así se fue formando el primer grupo. Organizaban asambleas allá por Martín Carrera, donde se discutía el problema de los eventuales, lo del contrato colectivo y cómo organizarnos para ganarle la titularidad a la FAO Estas asambleas duraron casi cuatro meses, hasta que alguien le dio el soplo a la empresa. Entonces nos fuimos al parque 18 de Marzo, pero ya éramos menos. La segunda vez fuimos como diez.

Teníamos que reunir la firma de la mayoría para ganar el contrato. Nos la ingeniábamos como fuera para poder hablar con los compañeros fuera de la fábrica y convencerlos de que se unieran al Independiente. Sobre todo aprovechábamos los deportes.

Luego continuamos las asambleas en un local que nos prestaron los de Vidrio Plano. Desde entonces fue mucha la solidaridad que tuvimos de otros trabajadores. Ya cuando tuvimos las firmas de la mayoría, metimos la demanda a la Secretaría del Trabajo, y el 23 de febrero hicimos la primera asamblea general en Martín Carrera. Nos juntamos como 250 compañeros allá. Fue chingón.

Después de 7 años ya no sabíamos ni qué era una asamblea. Discutimos los asuntos que realmente nos interesan y conocimos los problemas de los demás compañeros. Cualquiera podía pedir la palabra y hablar claro. Pero al final nos llegó la policía y agarraron a don José, dizque por agitador. Hasta lo quisieron golpear. Pero no le pudieron demostrar nada y lo soltaron.

Desde entonces aumentó mucho la participación Las autoridades nos llamaron a una primera audiencia en la que nos pidió pruebas. Empezamos a reunimos en asambleas por departamento, allá en Vidrio Plano y nombramos delegados. Ya empezábamos a sentir que la cosa tomaba cuerpo y que íbamos ganando fuerza.

Luego las autoridades nos quisieron jugar chueco. Primero nos llamaron a una audiencia en vacaciones. De todas formas ahí nos fuimos con pancartas como 150 compañeros. Exigiendo que se hiciera el recuento.

Pero la empresa utilizó una y mil artimañas jurídicas y logró que antes del recuento se hiciera una inspección para ver si las firmas de afiliación a nuestro Sindicato Independiente eran reales. ¡Vaya farsa! Así, aunque saliera la mayoría a nuestro favor, la inspección no servía como recuento… Además lo podían haber hecho en un día y tardaron varios meses sin terminarlo…

Nos mandaron una inspectora bien tranza Pasaba entre 5 o 6 por día y daba la casualidad que casi todos eran los de la FAO.

Y cuando pasaba alguno de nosotros para confundirlo le pre­guntaba: “A qué sindicato pertenecías?”

La demandamos y la tuvieron que sustituir. El que mandaron en. su lugar se portó más decente, pero se atravesaron las vacaciones de mayo y todavía no es la hora que se para por aquí. La empresa no lo quería.

Así las cosas, la bronca pasó a otro terreno. Viéndola perdida con la FAO, la empresa empezó a contratar mineros. La mayoría de ellos no sabían qué pasaba, muchos ni sabían leer, pero eso sí, se ponían a repartir volantes. Les pagaban $100.00 diario, con el ofrecimiento de no descontarles impuestos. Pero les “pedían” que nos convencieran de pasamos a su lado; si no, los corrían.

Los mineros eran esquiroles ya probados, capataces. charros chicos y perros de otras fábricas del Sindicato Minero Metalúrgico de Napoleón Gómez Sada. Habían llegado por acuerdo del Congreso del Trabajo para que el minero le entrara a revivir el cadáver charro de la FAO.

Nosotros contestamos anulando a los mineros. Hablamos con ellos y a algunos los convencimos: aquí están con nosotros. Otros siguieron tercos. Entonces les rompíamos los volantes, hacíamos bola alrededor de ellos y les metíamos miedo.

La empresa prefirió llevárselos al 3er. turno. Pero no sabían manejar las máquinas, así que también se llevó a los de nosotros que estaban en las máquinas clave.

Con ellos si se portaron muy descarados. Cuando llegaban a trabajar el viernes en la noche, que les tocaba doble turno para no ir el sábado, el ingeniero les decía que se fueran al Bar del Coleadero”. Ahí estaban esperándolos los meros meros del minero. Les invitaban a tomar cervezas y hasta les llevaban su sobre allá con la paga completa. Después de 3 o 4 semanas les. sacaban el padrón del minero para que lo firmaran.

Casi todos los campañeros siguieron firmes en el Independiente y los mandaron a volar, a pesar de que los amenazaron con que llevaban 3 faltas al trabajo y los podían despedir. Lo que sí ya les hicieron fue descontarles los días que faltaron, aunque había sido el ingeniero el que les había dicho que fueran allá.

Eso del “coleadero” duró como dos meses y medio. La empresa como que empezó a ver que la bronca era en serio y que todo le salía contraproducente, porque cambió de táctica. Para meternos miedo y acostumbrarnos a la sumisión, metió a unos halcones en lugar de la policía industrial que siempre hubo. Al entrar y al salir el turno nos esculcaban los bolsillos, la camisa, los calcetines, hasta en los calzones nos buscaban Nosotros teníamos siempre el cuidado de revisar nuestra ropa por si algún supervisor o minero nos había dejado un regalito. Pero de todas formas lo que parece que les importaba más era sometemos a su poder porque ni modo que nos lleváramos un calabazo en los calcetines.

Hasta que los del 2º. turno nos organizamos y les hicimos frente, no dejándolos que nos esculcaran. Hasta corrimos a su jefe. Al día siguiente trajeron a unas personas para observar quien era el que nos organizaba y acusarlo de agitador pero salimos tranquilitos y no pudieron agarrar a nadie.

Como todo el tiempo discutíamos entre todos lo que pasaba, siempre teníamos claro qué era lo que había que hacer. Pero además nos lanzábamos a la ofensiva con movilizaciones Empezamos con dos mítines dentro de la fábrica pidiendo pláticas con la empresa. La primera vez se negó, pero la segunda aceptó a una comisión.

Sólo para amenazarnos: “están violando la ley interior del trabajo”, nos gritó.

Las leyes que nos obligan a trabajar son las únicas que conocen esos señores.

Y las únicas que hacen respetar las autoridades.

Decidimos entonces hacer los mítines fuera de la fábrica. Eso nos sirvió además para hacerlos más grandes, porque así nos juntábamos dos turnos. Y luego nos juntamos todos en una marcha que hicimos desde Vidrio Plano hasta la colonia de aquí enfrente.

Pero la empresa seguía intransigente y las autoridades seguían sin decidirse a hacer el recuento de ley. Andaban con el rabo entre las patas.

Fue entonces que el domingo 29 de junio el comité llamo a los compas de mayor confianza y se encerraron para organizar la huelga.

Para sorprenderlos nos habíamos reunido ya varias veces. Nunca supieron cuál era la buena.

Y al día siguiente, al amanecer, cuando llegamos a la fábrica, las puertas ya se veían cubiertas con las banderas rojinegras. Ya había estallado la fiesta.

LA HUELGA

De repente nos dimos cuenta de que teníamos una huelga entre las manos. Ahí estábamos, 500 o más de nosotros sin saber qué hacer.

Y comenzó la organización: Las primeras guardias. Se hicieron guardias de 12 horas, dos turnos al día repartidos en tres puertas. Sirvió para que pudiéramos mantener grupos fuertes permanentemente ante la fábrica y que a diario asistiéramos todos.

Luego las comisiones: Solidaridad, a buscar el apoyo, una de información y prensa. Los encargados de cada puerta. Los cajeros, la distribución de la comida, la preparación de las brigadas que salían a buscar colectas, los que se fueron en comisión de información a provincia, los encargados de conseguir cartón y lonas.

Al rato aquello era un hervidero de trabajo y comenzaron a llegar las primeras mantas de apoyo que eran colgadas en las rejas: Alumex, Vidrio Plano, La Presa, Martín Carrera, Vidriera, Tosa, SUTERM tendencia democrática, Tesorería, Intersindical, Tecnomaya, Colonia Ajusco…

Y salió el primer desplegado:

“Estamos en una huelga libre exigiendo: Reconocimiento de la titularidad del Contrato para nuestro sindicato Independiente.”

Y fuimos a nuestra primera manifestación. Organizada por la Tendencia Democrática del SUTERM en el D.F., el Sindicato Independiente de Trailmobile y los grupos sindicales de lucha de Xalostoc. Allí se escucharon nuestros gritos por primera vez: SPICER… SPICER… SPICER…! Pueblo, escucha, SPICER en la lucha! !“

Fueron días muy duros. Ya ven que nos tuvimos que lanzar así nomás, a lo loco, como quien dice. No teníamos caja de resistencia, sólo algo que habíamos podido ahorrar en lo personal, pero muy poco. No esperábamos que fuera a durar tanto.

Un error grave que se cometió fue no habernos preparado para una lucha larga. Nos confiamos mucho en el rumor que se corría de: “esto no dura una semana, no pueden aguantar”. Era parte de una visión exclusivamente económica de la lucha. La empresa lógicamente no podía aguantar una semana en huelga después del tortuguismo que se le había hecho desde un mes antes. Pero no fue la lógica económica, sino la lógica de un enfrentamiento político entre dos clases: obreros y patrones, la que dirigió toda la huelga. La empresa estaba dispuesta a perder millones, y los perdió.

Este error nos costó caro, fue una de las fuentes de desgaste más grande que padecimos. Hizo necesario un gran trabajo de pláticas en las puertas para que todos, hiciéramos una reflexión sobre lo que estaba pasando, y nos preparáramos para una lucha larga que podría terminar en represión.

Así surgió la teoría de la resistencia, que fue la que permitió resistir 38 días de huelga, la que fue haciendo de nosotros combatientes de una lucha larga y no de un combate de una semana.

La resistencia se pensó, se creyó y se preparó. Con frecuencia nos poníamos a imaginar quiénes vendrían a reprimirnos, por dónde llegarían, cuántos serían, nos enfrentaríamos o saldríamos corriendo. Si eran cien, les dábamos en la madre, si venían 500 armados, correríamos como venados. ¿Correr pa’donde? Para La ‘Presa.

La Presa estaba dispuesta a recibirnos. La Presa estaba dispuesta a rajarse la madre junto con nosotros. Los cuetones estaban listos; si se venia la represión tronaríamos cuetes y La Presa se dejaría venir, o bien, subiríamos corriendo al cine Guevara, y ahí empezaríamos a organizar el brigadeo. Las resorteras también estaban listas.

Para ello, hablamos con cientos de colonos, volanteamos, hicimos festivales gigantes y mítines La gente de La Presa rápido supo que éramos parte de la misma cosa; SPICER empezó a ser parte de la vida de La Presa. Teníamos pensando empezar a luchar por La Presa: agua, drenaje, basureros, escuelas… No tuvimos tiempo. Estamos en deuda con ellos.

Al principio pensamos que la empresa no iba a resistir mucho. Las automotrices se quedaron rápido sin ejes. Hasta empezaron a salir noticias en el periódico y la radio. Imagínense; las automotrices teniendo que disminuir y hasta parar la producción por falta de una pieza que sólo nosotros producimos. Los teníamos bien agarrados.

Pero el gobierno entonces abrió las fronteras para que pudieran importar ejes. A nosotros no nos extrañó mucho, pero desde hace mucho sabemos que las autoridades están con los patrones. Con esa medida, lo que hicieron fue permitir que la empresa resistiera más tiempo.

No les sirvió del todo, porque los ejes extranjeros no se adaptan bien a las necesidades de aquí, y les costaba más adaptarlas.

Pero a las automotrices no pareció importarles mucho. Además la transnacional decidió pagar la diferencia en el costo El resultado fue que todos los patrones, los de SPICER, los de las cámaras y los de las automotrices, se unieron en contra nuestra y se hicieron mucho más fuertes.

Pero de nuestro lado la cosa también se estaba poniendo bien. Formarnos comisiones que fueran a informar de nuestro problema y a pedir apoyo a muchos lugares, aquí mismo en la capital y a provincia. La gente respondió a todo dar. De todos lados nos llegaron cartas de solidaridad y apoyo económico. De Campeche, Puebla, Tlaxcala, Guanajuato, de muchos lados. Hasta de Centroamérica y Europa.

Fue una respuesta muy a todo dar, porque no solamente nos mandaban cartas y dinero los dirigentes, sino que la misma gente, los trabajadores, los colonos y los estudiantes, se venían aquí a platicar con nosotros y a demostrarnos su apoyo. Algunos hasta se pasaban aquí la noche haciendo guardia, y entonces discutíamos los problemas de todos.

Suena muy bonito eso de la solidaridad. Pero la solidaridad no se levantó del aire. Fue producto de un trabajo duro, de hormigas. Sólo Vidrio Plano, Martín Carrera y Mexicana respondieron a la solidaridad rápido, y eso porque había información constante entre los grupos. Lo demás tuvo que hacerse poco a poco. Informando incansablemente. Convenciendo a los dirigentes de los Sindicatos independientes, hablándole a las bases. En algunos sindicatos bajo control charro, o bajo control de traidores dizque independientes como Ortega Arenas tuvimos que brincamos a las direcciones y llegar a la base.

La solidaridad no sólo se construyó pidiendo. Se construyó dando, yendo a ayudar en la medida de nuestras posibilidades. A pesar de estar en lucha hicimos tantos actos de apoyo como pudimos. Y ahí fue donde se construyó la solidaridad con SPICER, en nuestra solidaridad con los que luchaban.

Ningún movimiento sindical a pesar de estar en conflicto ha estado en tantos actos de apoyo a otras luchas como el de

SPICER.

Fuimos a todas las manifestaciones de apoyo a los electricistas que pudimos, acompañamos a los de Mexicana a lo largo de toda su lucha. Participamos en decenas de mítines de colonias. Acompaliamos a los de Shatterproof en el estallido de su huelga. La comida que nos sobró a veces la llevamos a huelgas chicas más necesitadas que nosotros como la de Alteza o la de Bujías MultiArc, y así. Si algo lamentamos es no haber podido ayudar más. No fue por falta de ganas.

La solidaridad más importante en aquella época fue la de los compañeros de Mexicana de Envases, la sección hermana del Sindicato del Hierro. Llegaron a venir hasta 20 compañeros todas las noches a hacer guardias con nosotros. Los sindicatos independientes y algunas colonias, sobre todo Martín Carrera y La Presa, fueron quienes nos sostuvieron aquellos 38 días.

Fue un apoyo muy parejo. Se notaba hasta en los camiones, cuando nos subíamos a botear. Todos cooperaban. En la Universidad hacían pintas y colectas especiales todos los jueves, día que fue declarado día de SPICER. Los colonos de aquí enfrente, de La Presa, se metieron de lleno en la huelga: además de todo el apoyo económico y moral que nos dieron, estaban dispuestos a jugársela con nosotros. Nos dijeron: “Si les mandan a la policía, ustedes nomás manden a alguien a tocar las campanas de la iglesia y allí nos bajamos todos a apoyarlos.”

Ahí fue que las autoridades se tuvieron que agachar. Ya estaban contra los obreros de muchas fábricas y de muchos países, apoyados por colonos y estudiantes. La cosa ya estaba pareja, aunque les doliera. No se atrevieron a declarar inexistente la huelga y decidieron darle largas al asunto, esperando que nos desinfláramos.

Así fue como paramos el primer ataque en serio de la empresa. Desde entonces las cosas las vimos distintas. Tuvimos más conciencia de quiénes eran nuestros enemigos, y quiénes los amigos. Desde entonces nos propusimos preparamos para cuando entráramos a trabajar. La bronca era demasiado dura para ganarla toda en una sola huelga. Empezamos a discutir y a organizamos para pelear desde dentro, para responder desde las máquinas e imponer de hecho el Poder Obrero y el Sindicato Independiente. Todos los días hicimos asambleas por departamento y por puerta y teníamos pláticas.

EL CORAZON Y LA COLUMNA VERTEBRAL

DE LA HUELGA

En las guardias de 12 horas que hacíamos divididos en dos turnos construimos la organización real de nuestro sindicato: las pláticas sobre el Poder Obrero fueron creando su motor y dirección; la organización departamental se convirtió en la transmisión, los ejes y el diferencial.

Para mí, el Poder Obrero es la lucha directa para destruir eI poder de los patrones, para vencer su fuerza y destruir su organización; la lucha directa para ganarles la dirección de la producción y hacerles pedazos sus ideas, su seguridad, su orgullo y sus órdenes, e imponer a cambio nuestra fuerza, nuestra organización, nuestra dirección, nuestras ideas. Así entiendo el Poder Obrero, así lo entendimos todos en las pláticas, y así lo llevaremos allá dentro.

Además, las pláticas fueron sacando a la luz ideas que teníamos desde hace tiempo en la cabeza sobre ¿quiénes son los patrones? ¿quién la clase obrera?, ¿qué es el gobierno?, ¿qué es la explotación?, ¿cuál es la historia de las luchas obreras?

La plática que se dio en todas las puertas sobre el poder obrero fue sencilla: explicaba los mecanismos mediante los cuales los patrones dirigen la fábrica y el mundo, y como estos mecanismos podían ser rotos. Ante los patrones que dirigen la producción: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que marca los ritmos de producción y los turnos: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que establece quienes son los que dan las órdenes y que éstas deben ser siempre obedecidas: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que decide quién tiene trabajo y quien no, cuánto se cobra y cuánto no: Poder Obrero.

Ante el poder patronal que nos desune, nos felicita o nos regaña, nos asciende o nos castiga: Poder Obrero.

Ante la ideología patronal: Poder Obrero.

Ante la mentalidad patronal de esto es bueno, esto es malo: Poder Obrero.

También organizamos festivales los domingos.

Algunos dicen que los festivales ayudan; nosotros no estábamos del todo convencidos, pero la verdad es que sí ayudaron… En 100 días de lucha escuchamos miles de canciones revolucionarias, algunas medio pesadas, otras buena onda; vimos hartos teatreros y hasta un mago solidario con la huelga: “Aquí tenemos a los charros, soplamos dos veces, y… ¿qué pasa?… soplamos tres veces, soplamos cuatro y ¡ chingó a su madre el charro !”. El mago acompaño a la huelga en sus momentos difíciles y en los mejores también.

Y qué decir del conjunto Hawai: “Nosotros nos solidarizamos con la huelga, por eso nos vestimos de rojo y negro. Y ahora, para todos los caballeros y damas que los acompañan: ¡Mazatlán!

De la huelga salieron animadores y compositores, seis corridos y un bolero; un compa es capaz de sostener él solo un festival en La Presa frente a 300 gentes durante 4 horas. Hasta exagerábamos a veces. Una vez tuvimos a la Conga Obrera de puerta en puerta, hasta seis horas, porque en todos lados los hacíamos repetir.

Aumentó mucho la unión entre todos nosotros y la participación, a pesar de los rumores y chismes que metían los perros de oreja, porque todos podíamos hablar claro delante de todos y los problemas se discutían de frente.

Lo hacíamos en “las departamentales”. Primero creíamos que eran algo así como reuniones nomás pa’ variarle. En las puertas más organizadas no fue difícil armarlas, porque sólo tenían dos o tres departamentos revueltos. La puerta uno, famosa por su eterno desmadre, a la que iban y venían comisiones, visitantes, con 20 departamentos ahí revueltos, juegos de dominó eternos, cantantes, magos, teatreros, grillos turistas, cineastas fantasmas, policías… en esa puerta fue un desmadre armar la departamental, pero se consiguió.

Ya luego entendimos de qué se trataba: organizarnos de la

misma forma en que estábamos divididos a la hora de estar trabajando, por departamento de producción. Los de engranes con engranes, los de mantenimiento con mantenimiento, los de ensambles con ensambles, y así hasta los 28 grupos en donde todos se conocieran a todos, donde se pudiera discutir mis a fondo que en la asamblea y de donde salieran proposiciones a la asamblea general.

Ahí podíamos discutir problemas personales como criticar a los derrotistas, a los desmoralizados… y también a los huevones, ¿cómo no? También en esas asambleas departamentales se podía controlar el trabajo diario y repartirlo, cosas que son necesarias hacerlas, pero que en la asamblea se armaría un relajo quererlas resolver.

También en las departamentales podíamos discutir con mis cuidado problemas más serios, como ¿ qué es un sindicato revolucionario?, ¿qué es el charrismo?, ¿por qué nuestro sindicato es diferente?

Y ahí preparamos la resistencia en el interior de la fábrica, formamos comisiones de Control Obrero sobre la dirección, las finanzas y los errores de la huelga y un chingo de cosas que salían de todos, porque a nadie le daba pena decir esta boca es mía, Nos enseñamos a adueñamos de las decisiones.

A todos se nos informaba completamente de cómo iban las finanzas y las pláticas con las autoridades y discutíamos que había que hacer en cada momento, pero al mismo tiempo dábamos ideas de cómo evitar que los supervisores nos dominaran cuando entráramos a trabajar para hacernos producir más o dividirnos,

La empresa, mientras tanto, se dedicó a su viejo juego de utilizar a los del minero’ para querer asustarnos o comprarnos. Los mandaron por acá, a veces hasta armados, y nos agarraban cuando andábamos solos, Entonces nos recitaban las canciones que les habían enseñado los charros para crearnos desconfianza o darnos miedo. Algunos llegaron a provocarnos, pero siempre los dejábamos igual que a los charros: hablando solos.

Contraatacamos al Minero haciendo marchas en la noche frente a su local. Una vez los colonos los amenazaron tumbarle su letreros a pedradas. Al día siguiente lo quitaron.

También emplearon otra táctica al mismo tiempo: enviaban cartas o mensajeros a nuestras casas, a las esposas o las mamás de nosotros, acusándonos de no sé qué mentiras y haciendo amenazas.

LAS MUJERES

Nuestras esposas y mamás reaccionaron al revés de como ellos pensaron. Le entraron con más ganas al movimiento.

Desde el principio nos apoyaron mucho. Hasta se organizaron entre ellas y trabajaron duro. Formaron brigadas que organizaron la ayuda de los de La Presa, Martin Carrera, San Agustín, Providencia, Ticomán, Zacatenco, Consiguieron varias entrevistas para presionar a Muñoz Ledo, Zertuche, Hernández, López Mestre… y si no las querían recibir, le entraban por la fuerza.

“A mí no me dejaba participar mi marido. Decía: «Esto es cosa de hombres», el muy macho. No fue sino hasta las primeras acciones que realizamos, que comprendió que era una lucha de todos. Lo que nunca nos dejaron hacer era las guardias. En todo momento nos tuvimos que ganar a pulso el derecho a participar en nuestro lugar en la lucha de SPICER,

La verdad es que jugaron un papel decisivo. Se convirtieron en la columna fundamental de apoyo y aliento para todos nosotros.

Muchos grupos políticos de izquierda se acercaron a nuestra lucha. Lamentamos decir que de la mayoría no guardamos buenos recuerdos. Llegaron a ver qué sacaban, a criticar desde las sombras, a dividir, O llegaron a ver los toros desde la barrera. Pocos llegaron a servir y a sumarse, Muchas veces les dijimos que si querían criticar lo hicieran en la asamblea, En la mayoría de los casos no se aparecieron. Otras veces, las menos, lo hicieron, pero sólo para insultar. Para explicarnos que nuestros dirigentes eran “reformistas”, “oportunistas”, “economicistas” y quién sabe cuántas chingaderas más, Siempre les respondimos lo mismo: “Si no les gusta la lucha de la clase obrera y no están dispuestos a compartirla: a la chingada”. Las sectas se negaban a reconocer que la lucha obrera, así como suena, éramos nosotros, y ellos los espectadores, los mirones.

La lucha no siempre iba para arriba. Muchas veces prendió el cansancio entre nosotros. Y no era el cansancio de uno o dos, era el cansancio de todos. De repente una puerta entera estaba “agüitada”, nadie quería hacer nada, no había los voluntarios que siempre se presentaron para las comisiones. Hasta para traer los frijoles o cortar leña nos hacíamos de rogar. Coincidía con que dos o tres de nosotros fallábamos a las guardias y nos íbamos de «pedos». Esto se dio muchas veces, durante la huelga. Siempre coincidía con los momentos en los que después de haber dado un gran empujón (una manifestación, un mitin, un gran apoyo solidario), no teníamos clara idea de cómo seguir la lucha.

Contra el desgaste usamos dos recursos: sentarnos a discutir qué seguía, echamos imaginación, planeamos nuevas acciones, o nos lanzábamos en campañas de autoagitación. Una noche los de la puerta tres, discutimos qué era eso del desgaste, del cansancio, y decidimos hacer una manifestación hasta la puerta uno para decirle a los compañeros que estábamos firmes.

La manifestación, de unos cincuenta compañeros, se fue gritando todo el camino, en descampados, en una vía del tren solitaria, en una carretera vacía. Ahí tronamos la garganta para oírnos solos. Pero qué sabroso, carajo. Nuestro nuevo grito fue “Ante el desgaste: ¡Poder Obrero!”

Los de la puerta dos contestaron con otra manifestación. Nos pasamos la noche de manifestación en manifestación. Pueden decir que estamos locos, pero nos sentíamos mucho mejor; y de pasada espantamos a los del Minero al pasar frente a su local y agitamos un poco a los terceros turnos de las fábricas de al lado y a los transnochadores de la colonia La Presa.

El desgaste puede ser derrotado, si es analizado. El cansancio está en las cabezas y en la baja conciencia, Los espías de la empresa estaban desconcertados. Por eso no nos podían vencer, porque no nos podían entender.

Lo único que logró la empresa con todas sus marrullerías fue darnos más coraje para la lucha y traernos más apoyo. Cada día ponía más al descubierto su porquería. Además todo el tiempo que dedicó a tratar de bajamos los ánimos y compramos, como si fuéramos igual que ellos, nos sirvió para unimos más y organizarnos mejor para cuando entráramos a trabajar.

Sí, ya para cuando llevábamos casi un mes de huelga todos sabíamos perfectamente como responder a las agresiones y provocaciones de la empresa a la hora de estar trabajando, y estábamos seguros que iban a ser respuestas parejas de todos los compañeros. Ya nadie iba a estar solo allá dentro.

Por estas fechas la empresa quiso dar el golpe decisivo a nuestro movimiento. Los charros de la FAO ya estaban derrotados desde antes de la huelga. Para inclinar la balanza a su favor a la empresa sólo le quedaba atraerse a unos charros más pesados. Entonces hizo que la FAO le pasara el Contrato Colectivo a los del Sindicato Minero. Hasta sacaron grandes desplegados en los pe­riódicos anunciando el “traspaso”

Pero ni así pudieron. El 5 de agosto les contestamos con una marcha a la que asistieron 7,000 compañeros pero 7,000 compañeros que asistieron por sus propias pistolas, sabiendo lo que querían y apoyándonos auténticamente. Dos días después, a la empresa no le quedó otra que sentarse a firmar el convenio y concedernos lo principal.

SE LEVANTA LA HUELGA

Así, la presión a las autoridades le fue llegando a la empresa, que además estaba agarrada económicamente. Por eso le impusimos que se sentara a dialogar. Y se logró el esquema de un convenio. ¿ Nos equivocamos al levantar la huelga? ¿ Quién sabe? En aquel momento, la posibilidad de la represión se veía cerca. Con la huelga declarada inexistente las autoridades se lavaban las manos del conflicto y la empresa podía presionar a las autoridades del Estado de México para que nos echaran a la policía.

Por otro lado, el entrar a trabajar ponía la lucha en los términos que a nosotros nos convenían. Permitía que recibiéramos algún dinero, y nos lanzáramos a probar, ante las agresiones que sabríamos vendrían de la empresa, el poder obrero que habíamos estado ensayando en las reuniones departamentales. Por eso se aceptó el convenio. Porque nos parecía que era un buen punto de partida para seguir en la lucha por el sindicato independiente.

El convenio no era tan bueno como quisiéramos, pero detenía una represión que cada día veíamos más cerca y garantizaba algunos de los puntos de lucha que más nos habían preocupado: que la inspección se hiciera de inmediato, que no entraran nuevos trabajadores a laborar, la reinstalación de los despedidos, el 25% de salarios caídos, el reconocimiento en las negociaciones de nuestro comité, así como un compromiso de no represalias y prolongación de contratos individuales por 4 y 6 meses más. Si cumplen el convenio, con lo que hemos ganado en la lucha, con todo lo que hemos aprendido y con lo organizados que nos encontramos, podremos derrotar a la empresa en el interior de la fábrica.”

Pero no nos hacemos ilusiones. “Estamos conscientes que los papeles firmados sólo se respetan si son hechos valer por medio de la fuerza organizada de los trabajadores.”

A las 8 de la mañana del viernes, cuando íbamos a levantar la huelga, llegaron las autoridades, pero también los mineros: cientos de esquiroles que se pusieron a cien metros de la puerta principal. Cuando los vimos, y nos dimos cuenta que éramos muy pocos, ya que confiados con el convenio muchos se habían ido a dormir o a cambiar, nos negamos a entregar la fábrica. La discusión empezó a subir de tono… todos andábamos inquietos… llegó la policía, pero también fueron llegando los nuestros, Parecía película de vaqueros: rodeados por los ladrones, sin municiones, con el agua al cuello, Pero de pronto, de 300 que éramos, en dos horas nos juntamos como 2,000. Llegaron marchando, coreando consignas, con sus mantas al frente: Martín Carrera, estudiantes de Ciencias, Economía y Ciencias Políticas, sindicato de Trailmobile, Vidrio Plano, trabajadores de Xalostoc, San Pedro de los Pinos, Mexicana de Envases, colonos de San Agustín, nuestras esposas e hijos, los vecinos de Ticomán y de La Presa, todos viejos aliados que con sus puros gritos hicieron retroceder a los perros y esquiroles. Un triunfo más. Los charros se fueron y entonces sí entregamos la fábrica.

Fue la fiesta. Tiraron cuetes al aire, se corearon las consignas de la lucha: ¡Ante las tranzas de los charros, Poder Obrero! ¡Ante las autoridades corruptas, Poder Obrero! ¡ Ante la explotación patronal, Poder Obrero!

A mí me agarraron por un lado y por otro para tomamos fotos. Cada departamento se fotografiaba, todos con el puño en alto.

LA SEMANA DEL PODER OBRERO

Se entró a trabajar con la clara conciencia que íbamos a la guerra. Los pocos de nosotros que no lo entendían así, y que guardaban esperanzas en el convenio pronto la realidad les dio de cachetadas.

Dos ejércitos entraban a la fábrica el viernes, uno, el patronal entraba dispuesto a pasarse por debajo de los huevos el convenio. Sus fuerzas: capataces, supervisores (salvo honrosas excepciones), ingenieros, y perros (FAO) y charros (mineros); con la ayuda más o menos disimulada de las autoridades, que se supone deberían hacer la inspección en un día o dos y fijar fecha de recuento.

Nosotros éramos 750, fogueados por la huelga; con ideas claras de lo que teníamos enfrente y una buena conciencia, táctica y organización.

El plan de la empresa consistía en meter esquiroles poco a poco para que los fuéramos entrenando, posponer la inspección al infinito e imponer su poder sobre nosotros a través de la presión, las amenazas, los gritos, las órdenes, el tenor…

El viernes trataron de meter esquiroles y los sacamos donde los descubríamos. Metieron 5 en un carro y hubo un paro general hasta que salieron corriendo de la planta. La producción no se normalizaba ni se normalizaría mientras siguieran agrediendo.

Tuvimos que organizar la resistencia con una velocidad enorme Los primeros choques fueron en el segundo turno. En el departamento de calabazos se trató de imponer a Rangel que entrenara a un esquirol. Este se negó. El supervisor que no reconocía a nuestros delegados no quiso hablar con ellos y entonces el departamento detuvo la producción. Corrió la voz por la planta. Llegó un ingeniero, la raza se le hizo bola y el ingeniero retrocedió. Tuvieron que llevarse al esquirol.

Las autoridades inspeccionaban 6 o 7 por día y los capataces y supervisores recorrían la línea amenazando. Entonces chocaron dentro de nosotros dos posiciones que se hicieron muy claras en las asambleas de turno del martes: la mayoría sostenía que además de los paros generales de turno, dirigidos por el Comité de Lucha, cada departamento tenía autonomía para dirigir sus propias acciones contra las agresiones de la empresa. Así se decidió, y por eso la guerra que se desató en la planta era una guerra constante, sin frentes de batalla, que estallaba y se detenía inesperadamente, volviendo loca a la empresa, que sentía como su poder se caía en pedazos y cada vez era menos dueña de la planta.

Los charros del minero se presentaban todos los días a las entradas y las salidas de los turnos y presionaban con su actitud. La policía hacía también acto de presencia.

La primera provocación se armó en la mañana en el departamento de ensamble; un esquirol le rompió un pómulo a Lucas con un fierro. Todo ensamble paró y se lanzó sobre el agresor que huyó corriendo, fue perseguido por toda la planta hasta que se escapó. El paro de ensamble se prolongó hasta garantizar que la empresa despedía al minero.

En el segundo turno continuaron las agresiones y las respuestas. Un compañero acusado de tortuguismo en flechas fue reportado y se respondió con el paro. Además se impuso que la negociación fuera a través de nuestros delegados. En otros departamentos nos negamos a recibir los reportes. Los ritmos de producción y la forma de realizar las operaciones las decidíamos nosotros. De turno a turno se corría la voz para igualar la producción.

Mantuvimos sobre los esquiroles y los capataces una guerra ideológica permanente. Ley del hielo, desobediencia, respuesta firme. A veces todos nos quedábamos mirando a uno hasta que no sabía donde meterse, quería que se lo tragara el suelo.

Los grandes cacas de la fábrica adoptaron dos posiciones: o sonrientes y zalameros o déspotas y agresivos, pero las dos actitudes nos resbalaban. Sabíamos quienes eran, y sus pinches gestos sólo nos servían para ver el calibre moral de estos perros de presa del capitalismo. Sosa era de los segundos y así le fue. El departamento de relaciones industriales había sido centro permanente de represión y venganza antiobrera. Así le fue a Sosa.

Uno de aquellos días estaba gritándole a la raza y volteó para ver en el buzón de “sugerencias” una pinta; “Sosa, chinga a tu madre”.

Los baños estaban llenos de pintas y poco a poco éstas se fueron extendiendo a los talleres. La empresa nunca pudo durante aquellos 10 días controlar las paredes y cada vez que pegaba un comunicado éste era despegado o manchado con aceite.

La empresa despidió a Lucas con el pretexto de que había provocado la pelea y el martes adoptamos el método de meterlo a fuerzas. “Reinstalación a huevo” se llamó la operación. En la mañana lo metimos dentro de la bola y los vigilantes que intentaron despedirlo fueron barridos por la ola. Lo pusimos en su máquina y durante tres días lo hicimos. Como no lo quisieron reinstalar, cambiamos de táctica.

En otros departamentos comenzó la guerra psicológica. A los perros se les ladraba todo el día: “gua gua” y cantábamos una de las canciones del movimiento: “No nos moverán”.

El martes, a la salida del primer turno y entrada del segundo, los mineros, cerca de 150, se acercaron a provocar y tratar de entrar a trabajar. Los del segundo turno se colocaron tras las rejas y comenzó un mitin: “No pasan, no pasan”. “Fuera charros del minero” “Obreros sí, charros no”. Nos negamos a entrar a trabajar hasta que se retiraron los charros. Entre nosotros y los mineros quedaron 6 compañeros de los asesores del Sindicato Nacional del Hierro. Bien pegados a la reja porque si los trataban de agredir los charros, los metíamos a la fábrica. Llegó la policía y se desplegó. Patrullas y montados, policías con escopetas. Uno de los asesores se acercó a un policía y le preguntó: , Quién dirige la operación?” —Aquí, todos— contestó el policía. Ah carajo, que policías tan democráticos. Aquello olía muy feo. Menos mal que los del primer turno se dieron cuenta y empezaron a salir en bola.

Al ver que éramos muchos, los mineros se retiraron y el primer turno salió a su asamblea en marcha.

El miércoles, el departamento de ensamble comenzó a realizar paros exigiendo la reinstalación de Lucas. Media hora trabajaban y luego paro. Todo el primer turno se sumó a los paros. Se hicieron tres paros generales de 15 minutos.

En los primeros paros de ensamble se gritaba: “Lucas, escucha, tus cuates en la lucha” y se oía el grito por toda la planta. La primera vez que Lucas lo oyó, lloró de la emoción.

Cruces iba caminando por el patio cuando tocó la hora de paro. Miró su reloj y ahí se detuvo. A su lado se detuvo un montacargas con otro compañero, y ahí se quedaron platicando mientras duraban los quince minutos. Ahí llegó el supervisor a echarles la bronca, pero lo tiraron de a loco hasta que el paro acabó. Luego le dijeron: “Ahora sí, ¿dígame?” ¿Van a seguir haciendo paros?, gritó el supervisor. “Algunos”, contestó el compañero.

En el departamento de Salustiano el supervisor invitó a los perros a tomar café y el departamento paró la producción porque estaba prohibido tomar café según el reglamento interno. “O todos o ninguno” dijeron a coro, y le quitaron la cafetera al supervisor… Y se lo bebieron.

Después de los primeros días, empezamos a romper los reportes que nos entregaban los supervisores. Otra medida que se tomó en algunos departamentos fue pedir que cuando reportaban a uno, reportaran a todos. Esto unido a que se acosaba a las autoridades laborales para que desarrollara rápidamente la inspección. Al principio tener ahí a los inspectores de la Secretaria del Trabajo nos frenaba, luego, cuando vimos la calaña de esos cabrones, ya no nos frenaba nada. Cada vez que se paraba se asomaban desde los ventanales de las oficinas a ver qué estábamos haciendo.

Lo primero que se quebró fue el miedo. Actuábamos como un solo hombre, coordinados, sentíamos detrás de nosotros todo el peso de la fábrica y todo el poder. Luego perdimos el respeto a las estructuras de poder patronal. Una vez un gerente de producción se metió en medio de un paro a tratar de romperlo y hasta patadas le dimos, tuvo que volver a subir las escaleras guardando la figura.

Nos burlamos de ellos como nunca: “Están haciendo un paro, eso es ilegal.” ¿Cuál?, respondíamos. Simplemente ustedes no están cumpliendo el convenio y nosotros no estamos a gusto.

El miércoles, la asamblea del segundo turno salió en marcha desde el local del cine Guevara en La Presa y llegó cantando hasta las puertas de la fábrica. Cuando los vigilantes esperaban que nos paráramos para checar tarjetas y entrar, seguimos en marcha hasta el interior de la empresa. Llegamos hasta donde estaban los inspectores que habían trabajado un chingo ese día (habían inspeccionado a ocho compañeros en 8 horas) y los presionamos con un mitin.

A partir de ese momento, las marchas se sucedieron en el interior de la fábrica, manifestaciones de 10 a l00 compañeros a cada rato. Cada grupo que terminaba su trabajo salía hacia el comedor en manifestación, se regresaba de comer en manifestación, Y todas ellas coreando consignas.

El segundo turno hizo tres paros el miércoles para imponer que se hiciera más rápido la inspección. Cada uno de esos paros de quince minutos fue acompañado de gritos y cantos. Era tan contagioso, que la mayoría de los esquiroles comenzaban a jalar con nosotros en los paros.

La estructura patronal estaba destruida, Muchos supervisores querían renunciar (presentaron sus renuncias como 15), los gerentes de producción ya no bajaban a las líneas. Mestre, el gerente general, una vez que se asomó y le chiflaron, ya nunca volvió a aparecer. Eramos los verdaderos dueños de 1a empresa.

La presión los obligó a que aceleraran la inspección y el jueves inspeccionaron a 80. Ese día suspendimos los paros generales y sólo sostuvimos el tortuguismo para obligar a la empresa a que no obstaculizara la inspección con artimañas como había venido haciendo. Jueves y viernes fueron días de tortuguismo solamente. La producción bajó al 10%. Eramos como un reloj que caminaba al revés, y no había capataz que pudiera enderezarlo.

El viernes rematarnos la semana del poder obrero con una presión tremenda al tomar la oficina de nóminas, Lo hicimos por que en nuestros sobres de raya venía descontada la cuota sindical para ser entregada al Minero, y porque además había un descuento por una defunción fantasma como antes acostumbraban los charros. Los tres pinches pesos no nos importaban, lo que nos importaba era que si se nos descontaban se le dieran a nuestro Sindicato y no a los charros. El mitin volvió locos a los de nóminas, pero la empresa resistió. Firmamos sobres bajo protesta, muchos ni los firmamos de recibido. Quizá lo más importante es que obligamos a la empresa a que le pagara a Lucas su semana. Todos los días que lo habíamos metido a huevo se los pagaron. Ahí si doblaron las manitas.

Durante toda esa semana mantuvimos lazos con los grupos que nos habían apoyado en nuestra lucha. Participamos en dos visitas masivas a Mexicana de Envases, donde la empresa había tratado de sacar la maquinaria, un mitin frente a otra fábrica del charro Cerón, y una marcha de apoyo con los de Martín Carrera, que pedían: “Abajo las rentas, que se acaben los basureros en sus colonias.”

La organización era sencilla: Un comité de lucha, delegados departamentales que se reunían por turnos, asambleas de turnos, asamblea general, asambleas departamentales. Ibamos combinando todas estas reuniones para tratar los problemas de diferente nivel que nos afectaban. Así, se dirigía la lucha, o más bien que se dirigía, se marcaban los rumbos que la raza pedía, se analizaban las situaciones, se preparaban algunas de las acciones, pero sobre todo, se marcaban ideas que adentro se aplicaban según las necesidades. Por ejemplo, teníamos la consigna general de asamblea de impedir la entrada de esquiroles. En las departamentales se acordó parar a los que se metieran y sacarlos. En las de turno, hacer acciones conjuntas si la empresa no los sacaba.

Para el sábado, todos los restos del poder patronal habían quedado quebrados en SPICER. Seguíamos fabricando ejes porque las máquinas no servían para otra cosa, pero si nos lo hubiéramos propuesto, hubiéramos hecho triciclos para nuestros chavos o tractores para los compañeros campesinos.. El poder obrero había triunfado. El poder patronal estaba tronado, Los supervisores y el gerente se fueron a llorar a sus casas.

EL TODO POR EL TODO

La empresa no pudo soportar el fracaso de su plan y quedarse sin su poder dentro de la fábrica. Violó nuevamente los acuerdos respaldada por las autoridades. El lunes 18, al llegar a trabajar, nos estaban esperando: afuera, la policía; adentro unos gorilas dizque trabajadores de SPICER que nunca habíamos visto por ahí; y en la puerta Sosa con una lista en donde aparecían los nombres de 150 compañeros a los que se les impedía entrar.

Entonces todos nos negamos a trabajar y nos fuimos formados de 4 en 4 al cine Guevara, halla en La Presa, para discutir qué hacíamos. Decidimos irnos a la Secretaria del Trabajo donde estuvimos todo el día.

Luego nos instalamos en el Poli, donde quedamos acampados hasta el 29 de septiembre. Teníamos que volver a organizar todo el apoyo popular que tuvimos durante la huelga para lanzarnos nuevamente a la ofensiva.

En Zacatenco pasamos más de 40 días. Sin embargo, no pudimos conmover gran cosa a un estudiantado apático y frío. No en balde parece que ahí se están formando los nuevos capataces de muchas fábricas. Es feo decirlo, pero muchas mañanas al acabar nuestras asambleas, hicimos marchas por Zacatenco, y lo más que logramos es un poco de apoyo económico y que se sumaran un escaso centenar de estudiantes a nuestra lucha. Zacatenco fue una etapa difícil de la lucha de Spicer. Pero le echamos ganas. Nos sentíamos desnudos sin nuestra fábrica, sin nuestro poder obrero, sin la colonia La Presa al lado. Aún así cada vez que salíamos de marcha por el Poli nuestros alaridos se oían un kilómetro a la redonda.

La primera movilización que organizamos fue una marcha que salió de Zacatenco. Ahí el gobierno se volvió a descarar como aliado de los patrones. Desde la mañana la policía empezó a agarrar compañeros y no los soltó hasta que terminó la marcha.

Además, la marcha fue reprimida. Primero no nos dejaban hacerla. Por fin nos dejaron salir, pero enviándonos por lugares poco poblados y por llanos. Hasta cortaron la luz, para acabarla de amolar. Y cuando íbamos llegando a la fábrica Luxus, ya de plano nos impidieron seguir.

Todos nos desmoralizamos un poco, pero la mayoría siguió al pie del cañón, tratando de encontrar nuevas formas de continuar la lucha. Sólo 10 cuates se rindieron y regresaron a trabajar. Les faltó carácter.

Fue una gran marcha a pesar de todo, mucho mayor que la que habíamos hecho en Ticomán, en Tacuba o en Indios Verdes; mucho más combativa, y además, nuevos grupos obreros y populares se sumaban al movimiento. Para nosotros era importante porque volvíamos a recuperar la solidaridad que después de la huelga se había debilitado enormemente por falta de información.

Mientras estuvimos en Zacatenco sacamos seis millones de volantes gracias a los electricistas, y a las brigadas que los distribuían en los camiones todos los días.

El 10 de septiembre citamos a una nueva manifestación que saldría de la Secretaría del Trabajo. De nuevo el gobierno 1a impidió, pero ahora con más fuerza y en forma bien salvaje; envió docenas de patrullas que circulaban con las sirenas prendidas, carros de bomberos, granaderos y motocicletas que eran lanzadas contra nosotros muchas veces y a grandes velocidades. La última vez seguidas por un camión de esos de pasajeros. De todas formas ahí nos quedamos haciendo un mitin.

Si la represión quisiera detener a la dirección del conflicto de Spicer, necesitaría meter al bote a unos cien compañeros.

La dirección de la lucha de Spicer siempre fue colectiva, y nunca fue de nombre o de nombramientos. Los dirigentes ganaron un lugar en las diferentes etapas de la lucha.

Mientras se organizó la huelga la dirección era el Comité seccional y los asesores unas doce gentes, que se ampliaba con los delegados departamentales más activos.

Durante la huelga fue el Comité de huelga (unos 20 compañeros) elegidos entre los más combativos, muchos de los que habían sido dirigentes en la primera etapa dejaron de serlo en la segunda por desgaste.

En la semana del poder obrero la dirección la constituyeron los delegados departamentales (unos 40 compañeros).

En el campamento de Zacatenco nuevos delegados departamentales probados por la lucha ocuparon lugares de dirección.

Y ahora, durante la huelga de hambre nuevos compañeros han llegado a la dirección. Siempre ha sido una dirección compuesta de: Trabajadores de Spicer (enorme mayoría), asesores jurídicos, compañeros del Comité Nacional del Sindicato del Hierro.

Pero esta dirección pudo funcionar, ser útil, porque estaba firmemente clavada en la base. Porque ejecutaba acuerdos de asamblea general, porque consultaba siempre, porque promovía discusiones de puerta o asambleas departamentales. Porque en la gran mayoría de los casos sometía a referéndum sus proposiciones fundamentales.

Si algunas veces se tomaron decisiones antidemocráticamente fueron las menos. En la mayoría de los casos, la democracia directa funcionó. Por eso hemos podido estar más de 100 días en pie.

El lunes 29 de septiembre hicimos una asamblea en un local que nos prestaron los trabajadores de El Anfora. Ahí decidimos cambiar nuestro campamento al 5o. piso de la Secretaría del Trabajo para hacer más presión. Y allá nos fuimos.

En la noche del día que nos instalamos allá, el Secretario dijo que le diéramos 48 horas de plazo para enterarse bien del problema, que porque era nuevo en el puesto.

Otra vez la misma canción: darle largas al problema para hacer que nos ablandemos. Tuvieron el descaro de decirnos que las soluciones no se logran por la fuerza y que nos fuéramos a otro lado, que porque si no otros trabajadores iban a seguir nuestro ejemplo.

El martes iniciamos otra forma de presión: La huelga de hambre. El Secretario se asustó y hasta se comprometió a resolver en 48 horas el conflicto. Como es natural, no cumplió su palabra. Cuando se cumplió el plazo tres de nuestras esposas se unieron a la huelga de hambre.

La decisión del estallido de la huelga de hambre fue una medida casi desesperada. Se tomó después de una kermes que hicieron los de Martín Carrera para apoyarnos. No veíamos ya formas de aumentar la presión, la solidaridad estaba disminuyendo. Nuevamente entre nosotros había cansancio, agotamiento. Necesitábamos una acción que volviera a empujar la lucha de Spicer. Nos han criticado mucho la medida. Nosotros decimos: ¿nos quedaba de otra? Nos gusta tan poco como a ustedes, pero ¿nos quedaba de otra? Sabemos que le estamos dando el placer a la empresa de ver cómo 30 de nuestros mejores compañeros y compañeras desfallecen. Le hacemos fácil a un capitalismo que ha estado matando de hambre a nuestro pueblo durante años, la muerte de un grupo de nosotros… Pero ¿nos quedaba de otra? Fue una medida desesperada y dio resultado. Nuevamente nos pusimos de pie, nuevamente comenzó a caminar la solidaridad. Nuevamente ‘se levantó nuestra lucha… Ahora, no dejaremos morir a nuestros compañeros. Y si alguno cae, tiemblen, cabrones.

Desde que se fueron a huelga de. hambre, el apoyo y la participación ha aumentado mucho de nuevo. En la Universidad se han vuelto a organizar actos que además que nos ofrecen un apoyo económico fuerte, sirven mucho para presionar a las autoridades y extender nuestro movimiento para que muchos trabajadores y gentes del pueblo tengan conciencia de cómo están las cosas.

Se han hecho mítines en la empresa (volvimos nuevamente!) donde los charros corrieron, en las oficinas de la empresa, en el quinto piso de la Secretaria que ya parecía nuestra segunda casa (no por los dueños, que nunca nos invitaron, sino porque a cada rato llegábamos y nos acomodábamos). Y luego los mítines en El Anfora a los que acudieron organizaciones sindicales a damos apoyo.

La ayuda más potente dada a nuestra huelga de hambre, ha sido el paro de dos horas realizado por los sindicatos de trabajadores y maestros de la U.N.A.M. que junto con los estudiantes paralizaron la Universidad a todo lo largo de la ciudad. Un paro que fue acompañado por 142 mítines que reunieron a todos los paristas y en cada uno de los cuales hablaron nuestros compañeros.

El mismo día que se fueron a huelga de hambre las señoras, participamos en una manifestación para protestar por los crímenes en España y dar nuestro apoyo a los trabajadores españoles, que llevan una lucha igual a la nuestra.

Los que la organizaron ya se estaban echando para atrás cuando estábamos todos reunidos. Pero nosotros ya sabemos que perro que ladra no muerde, y empezamos la marcha. Entonces se nos unieron los demás.

A nosotros nos importaba mucho esa marcha para manifestar que las luchas de todos los trabajadores es una sola. Cuando empezamos nuestra huelga estábamos solos. Pero poco a poco se fueron viendo claro quiénes eran amigos y quiénes enemigos, hasta que se convirtió en una lucha de todos los trabajadores contra los mismos enemigos: los patrones.

El lunes 20 de octubre, cuando 55 llevaban 21 días de huelga de hambre, las mujeres tomaron el 5º piso de la Secretaría del Trabajo y se realizó un mitin en el campamento al que asistieron 3 mil compañeros. Cerca de 40 organizaciones sindicales y populares dieron su solidaridad, que terminó con una marcha hasta la Secretaría que tomó por sorpresa a la policía y que no pudieron impedir. Ese mismo día en varios países europeos y en Canadá se realizaron actos de apoyo a nuestra lucha, y en provincia hubo varios mítines de apoyo.

El martes 21 se celebra una nueva asamblea y se han citado un nuevo paro en la Universidad para el día 22, una marcha en Azcapotzalco para el 23 y un mitin en el campamento el 24.

El fin de esta etapa de nuestra lucha se acerca. Para el mitin del viernes 24, nuestros compañeros de la huelga de hambre llevarán 25 días de huelga y la lucha de Spicer desde que se inició la huelga llevará 117 días de lucha continua. No estamos tratando de implantar ningún récord, nadie nos escogió en México para que jugáramos ese papel, no somos los mejores ni los primeros, otros han luchado más y más fuerte que nosotros, pero hemos estado a la altura del compromiso que nos echamos.

Si el pueblo es capaz de seguirnos apoyando y nosotros de resistir la presión económica y el cansancio, probablemente logremos doblar a Spicer, una compañía transnacional que se ha convertido en la más fiel y perruna defensora del capitalismo mexicano. Si no soportamos el desgaste producto de una lucha tan larga y a la debilidad de las fuerzas independientes de nuestro pueblo que no da para más, probablemente tendremos que aceptar una victoria a medias. Quizás la salida esta larga lucha sea la represión. Sea lo que sea, sepan que Spicer no es el final de nada. Es el principio. Al menos para los que vivimos Dondequiera que terminemos En Spicer, con nuestro sindicato Independiente, fuera de Spicer, trabajando en otras fábricas, en la cárcel o despedidos inscritos en las listas negras de la patronal sepan que nos hemos echado un compromiso encima: crear uno, dos, tres, cientos de Spicer, abrir el camino de la independencia y libertad de la clase trabajadora. Empezar a cavar la fosa del capitalismo mexicano. Ese es nuestro compromiso

México D. F., a 2l de octubre del 75

Ante los charros, los patrones y las autoridades:

¡PODER OBRERO!

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